Cortázar fotógrafo



Comentó el Gran Cronopio en una de las clases magistrales que impartió en los ’80 en Berkeley, California, que las fotografías que más le interesaban eran "aquellas en que por ejemplo hay dos personajes con un fondo de una casa y luego, quizá a la izquierda, donde termina la foto, hay la sombra de un pie, de una pierna… La atmósfera que se proyecta fuera de la fotografía, ese aura de misterio, guarda una especie de vibración que me parece indispensable para la realización del cuento memorable".


Por Jose Alias


Tal vez por eso le gustó tanto el trabajo de Sergio Larraín, que por cierto había estudiado en Berkeley en su primera juventud frecuentando bares y marihuana con más asiduidad que las aulas, trabajando como lavaplatos hasta conseguir comprar su primera cámara, una Leica de segunda mano con la que comenzaría su extraordinaria búsqueda fotográfica que revelaría esas fotos esquinadas con encuadres y detalles imprevistos, magnéticas e inusuales que llamaron la atención de la prestigiosa agencia Magnum, lo que le supuso hacerse visible de una manera muy amplia. Uno de esos encuadres abiertos mostraba una fotografía de la catedral de Notre Dame de París, que reveló al positivarla a una pareja al fondo haciendo el amor y fue, según parece, el detonante de uno de los magistrales cuentos de Cortázar: Las babas del diablo. Se dice que uno de los párrafos del cuento es una clara referencia al reconocido fotógrafo chileno…
“Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías… cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche.” 
Esta última frase podría ser un trasunto de una conocida fotografía de Robert Doisneau, “La baguette parisienne”, en la que no son las trenzas si no los pantalones cortos de un niño los atrapados en el aire en su carrera con la barra de pan; con Julio nunca se sabe, aunque a través de la grieta siempre abierta de sus relatos nos muestre todo lo que podamos, sepamos o queramos ver. De todos modos, él advierte a los desatentos en algún lugar del “Último round” que no es aconsejable querer saberlo todo.

Luego Michelangelo Antonioni filmaría “Blow-up”, explorar o ampliar podría traducirse, basado en este relato y pondría en imágenes fotográficas esas que intuimos en el lenguaje escrito, de otra manera, recreando lo que se lee, no copiando o intentando ser fiel al texto como pretenden algunos; son dos formas muy diferentes de mostrar. Aunque cada cual vea o crea ver algo diferente en cada caso, sea lo que sea que se muestre o sugiera.

Explorando y ampliando, vamos viendo en la película de Antonioni cómo se nos va desvelando, al tiempo que al protagonista, algo que permanecía oculto para el ojo que sólo se fija, como casi siempre, en lo evidente de la pareja de adúlteros en ese conocido parque londinense que enmarca su aventura. Revelado tras revelado, como un zoom atemporal, vamos descubriendo lo que pudiera ser una pistola por un lado y parte de un cuerpo por otro, algo que nos sorprende y desasosiega al igual que al fotógrafo entre sesiones con hermosas modelos y orgías varias que se van diluyendo entre esa obsesión por saber qué es lo que va exponiendo lo inesperado, el misterio de lo oculto, lo ‘nunca’ visto.

Los paralelismos son habituales y así como Cortázar llegó a comentar que Poe y Baudelaire eran el mismo escritor desdoblado en dos personas, no seré yo quien lo dude, su amistad con  Fredi Guthmann y el encuentro con Sergio Larraín tienen al menos una coincidencia causal de lo más notable. Ambos acabaron abominando del mundo tras haberlo devorado, y siguiendo la senda de los pocos sabios que en el mundo han sido huyeron del mundanal rumor, del clic de lo inmediato, del cebo de las formas atractivas o atrayentes, para atrapar lo imposible que, por otro lado, como dicen los que miran y ven: está en el camino, no en la meta.

Tal vez Oliveira y Morelli sean dos aspectos de las personalidades de Guthmann/Larraín. Horacio Oliveira sería  el personaje que representa el lado de acá, el occidental en que vive Cortázar y nosotros por extensión, mientras añora o sueña con el lado de allá, el oriente misterioso y su filosofía que simboliza Morelli. Del argentino Guthmann, poeta y piantado, dijo Cortázar en algunas cartas que intercambiaron en la definitiva etapa parisina, allá por el ’62, que el protagonista de Rayuela estaría inspirado en su personalidad llena de sentido del humor, de su poética y su metafísica.
           
 
   
Las vidas de ambos vividores y grandes artistas fueron de total entrega y son dos ejemplos claros de que “Lo raro es vivir” que escribiera Carmen Martín-Gaite. Infatigables caminantes se embarcaron en desórdenes aparentes y arriesgados, conviviendo con capos de la mafia en Sicilia o con los niños desheredados en las calles de Santiago, Larraín,  o visitando a Artaud en el manicomio o huyendo de los caníbales en los (a)mares del sur, Guthmann.

Estas cuestiones del doble, tan queridas por Cortázar, enmarcan hasta salirse del terreno previsible, lo improbable de las casualidades; todo, o casi, es causal. En mi libro “Julio y Carol”, hay una anécdota sobre una conjunción atemporal en la que por un momento terminan inmersos Federico García Lorca, Charlie Parker, Bob Dylan, el propio Cortázar y el que suscribe… lo que fue, es y será se dan la mano cuando alguien la extiende sin más.

Pero, como dice el Tao: Si cuidas del hermano pequeño no puedes cuidar del hermano mayor. O dicho de otro: Mientras Fredi y Sergio se abrían al mundo, Julio escribía piezas magistrales en París, su modelo para armar, su ciudad soñada. En tanto Guthmann atravesaba océanos en soledad con un velero de diez metros, entre naufragios en la Polinesia o pilotando cazas de la Resistencia contra los nazis, como la baronesa Pannonica, la marquesa de El Perseguidor… Cortázar escribía de manera inimitable ese desborde de jazz que suena en cada página mientras el biógrafo Bruno, vana idea, intentaba poner orden en la improvisación salvaje del bebop. Julio pateando París, sus días y sus noches, poniendo en las páginas lo que su gran amigo Fredi destilaba en cada paso, salto, vuelo. El cronista permanece mientras el modelo experimenta lo que al final ambos trascienden. Uno y otro son necesarios, imprescindibles e inseparables.

“El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas. Ir a Valparaíso, o a Chiloé, por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto…” Escribe Sergio a su sobrino que le pide instrucción para fotografiar con cierto sentido, sin caer en lo evidente, más allá de lo posible y lo probable, le dice Larraín que decide vagabundear para encontrar la verdad de la existencia, algo que suponemos en nuestras horas de más anhelo, en un largo periplo por Oriente Medio y Europa. De ahí vuelta a Valparaíso, ciudad que, según sus propias palabras “adoraba por sus abismos de adoquines, la niebla y los prostíbulos.” Y después la convivencia en las calles de Santiago con los niños sin techo y una serie de fotos magistrales. Luego Nápoles, Calabria, Sicilia con unas seis mil fotografías y de ahí a París donde, entre otros, comparte con Cortázar que vuelve a ser el cronista brillante e irrepetible para interpretar una foto de Larraín en un relato lleno de armas secretas: “Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada…”

A Julio le fascinaba la fotografía, de hecho Carol Dunlop, su gran amor con la que escribió Los Autonautas de la Cosmopista, un diario de navegación lleno de instantáneas de ambos, era fotógrafo profesional y en más de un retrato encontramos a los dos, cámara en mano, fotografiándose al unísono… Fotografías de amplio encuadre tomadas por Cortázar en el Observatorio de Jai Sing en Delhi y Benarés aparecen en su alucinante poema que titula: Prosa del Observatorio…
“¿Por qué esperar más? Con un diafragma dieciséis, con un encuadre donde no entrara el horrible auto negro, pero sí ese árbol, necesario para quebrar un espacio demasiado gris...”
Retazos de las babas del diablo, hilos de la virgen se llaman también, enfoques rememorados por el narrador desde la tumba para tratar de atrapar en unas fotografías lo que ni con una película y una cámara fija podemos mostrar, mostrarnos. La verdadera dimensión de nuestra realidad que vivimos como sonámbulos al borde del abismo.

“Levanté la cámara, fingí estudiar un enfoque que no los incluía, y me quedé al acecho, seguro de que atraparía por fin el gesto revelador, la expresión que todo lo resume…”

Todo está bien, cada cual cree elegir algo diferente, hacer algo nuevo, único, descubrir asomos que se les escaparon a todos. Pero lo único cierto es que hacemos lo que hacemos porque la conjunción de todos nuestros aspectos, personalidades, interrelaciones, nos pide hacerlo sin demora como una sed en el desierto o un fuego bajo la nieve. Y está bien, así ha de ser, no es un destino ni un capricho, es sólo una de las caras de la medalla que nuestro simulacro nos muestra, cada vez una moneda diferente, una perspectiva inesperada.

Al final todo se diluye, la inmensidad siempre está disponible para mostrar o devorar seres y situaciones sin descanso. Algunos como Fredi o Sergio gustaron de vivir la multiplicidad de las imágenes del caleidoscopio hasta que se cansaron de las formas y los colores, de los juegos inacabables y buscaron esa sensación de inmensa totalidad y se retiraron del mundanal ruido, a un asram en la India o a un pueblito olvidado en las montañas chilenas. Tras dar la vuelta al día en ochenta mundos, parece que algunos añoran la simple contemplación, el sosiego, la sola soledad del regreso a los orígenes.                     

Diciembre ‘017

Fotos: Sergio Larraín, serie Londres

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