Carolina Urbano*
Con títulos rimbombantes y escandalosos como ya estamos acostumbrados a ver en todos los medios masivos de comunicación se presenta Google Brain, un programa realizado por el buscador para que haga poemas. El programa contiene once mil novelas que sirven de datos para que la máquina simule las variaciones del lenguaje ahí encontradas y luego pueda “escribir” poemas. De ahí vienen las famosas preguntas: ¿puede una máquina escribir poesía?, ¿son poemas los textos que salen de la máquina?, ¿son poetas estos robots? Estas preguntas antes inquietaban, ahora podemos asumirlas sin tanto fatalismo. El filósofo John Searle diría algo similar a que las máquinas producen textos “como si” fueran poetas, pero no lo son, porque no escriben con la intención de hacerlo, solo hacen una combinación de signos, como se puede hacer con cualquier otro sistema de signos: la base lingüística de los humanos, el sistema binario o el código Morse. La diferencia es que solo para los humanos esos resultados tienen significado porque solo ellos pueden dotarlos de sentido. El problema está en que todas las capacidades unidas a la intencionalidad como la voluntad, conciencia, etc., para muchos científicos no son más que esas funciones mecánicas y complejas que están tanto en la máquina como en el cerebro humano. Este es el gran tema de la Filosofía de la mente y en general de la Inteligencia Artificial.
Obviamente no pretendo aquí resolver tal problema, aunque sí me considero partidaria de las tesis que expone Searle al respecto. Creo también que se puede entender el problema desde otra perspectiva menos ontológica, en el sentido de tener que ir hasta la definición de lo que es el hombre, la conciencia, etc. A estas alturas de los avances tecnológicos no hay duda que una máquina puede programarse de tal manera que sea capaz de producir textos “como si” fueran poemas. Sin embargo, que sea un poema o no depende muy poco de su construcción formal de manera aislada. Es decir, la máquina puede hacer esto como cualquier otra persona, a manera de ejercicio y sin el mayor talento, podría hacerlo. Lo que quiero decir es que cualquier persona que domine un sistema de signos puede escribir un poema, es más un buen poema. Lo difícil (e imposible para la máquina), y es donde se pelan hasta los que ya se consideran poetas consagrados, es hacer obra. Escribir un poema no creo que tenga mucho misterio, ni siquiera escribir un libro, lo que hace que existan escritores y poetas es su obra, entendiendo por esta, no un conjunto de textos o de libros, sino una forma de ver el mundo en la que se articulan la literatura, la vida, la historia y una cantidad de factores que nos muestran una manera de pensar el mundo diferente a la que habitualmente encontramos. La máquina puede emitir muchos textos “poéticos”, pero, ¿podría construir voces auténticas e independientes como Pessoa construyó sus heterónimos? Quizás pueda el programa hacer mejores poemas que los de Bolaño, pero ¿podría hacer versos que sean el germen de lo que más adelante encontramos construidos en una gran narrativa como le sucedió al escritor chileno? No dudo que una máquina pueda darnos mejores poemas que Tzara, pero, ¿podría con ellos hacer una revolución artística y cultural?
Hacer un poema no es gran cosa y lo único que podría darnos el experimento de Google sería una cantidad de textos sueltos a los que la comprensión e imaginación humanas daría multiplicidad de sentidos y usos. Tratar de reducir lo que es ser poeta o lo que es un poema a un texto aislado, que no tiene en cuenta aspectos contextuales, biográficos o de estilo, es una visión muy estrecha de la literatura y muy grande de la tecnología. Lo que siempre nos muestra la Inteligencia Artificial es la complejidad y riqueza de la naturaleza humana, es una lástima que con el alboroto que causan los avances tecnológicos veamos esto de manera invertida.
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*Pasto (Colombia), 1974. Profesional en Filosofía y Letras por la Universidad de Caldas, Magíster en Filosofía por la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente adelanta estudios de Maestría en Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado los libros: Cómo hablar de lo indecible con alguien imposible (2014) de microrrelatos y el libro Los colores de van Gogh (2014) de poesía.
Muy acertado el texto de Carolina, coincido con ella en todo, :D
ResponderEliminar''Hacer un poema no es gran cosa y lo único que podría darnos el experimento de Google sería una cantidad de textos sueltos a los que la comprensión e imaginación humanas daría multiplicidad de sentidos y usos.'' Yo creo que en esa situación estriba el objeto de la máquina: más que ver los poemas como un constructo del escritor y su experiencia, está la recepción de los lectores ante las palabras formadas por la máquina. Dado así, y coincidiendo con su tesis, ¿qué sentido tiene ver la sofisticada máquina como un augurio, cuando un Borges o un Proust han mostrado lo que significa ver un amanecer o volver al pasado saboreando una magdalena?
ResponderEliminarExcelente ensayo, profe.