Aquí va la prometida segunda parte del top de novelas colombianas publicadas en este siglo. Lo buscado con este tipo de publicación es fomentar el debate cultural y tejer redes entre la comunidad de lectores colombianos. (Lea la Primera parte: Lado A)
Yeni
Zulena Millán*
Museo
de lo inútil, de Rodrigo Parra Sandoval (Bruguera, 2007)
Lúdica del pensamiento, palabra sobresaltada;
la ciudad como un sueño sudoroso, la historia como sucesión del deseo. Una
lectura sobre el individuo como proyector del espacio, del espacio como carta
de navegación para la realidad múltiple del individuo.
Memoria
por correspondencia, de Emma Reyes (Laguna Libros, 2013)
La aguda terneza de lo adverso,
la sincera afinidad entre la página compartida que se descubre a cada signo y
la mujer que descubre la voluntad rotunda de definirse a sí misma.
Satanás,
de Mario Mendoza (Seix Barral, 2002)
Un recordatorio de que la vida
tiene sus propios fines. La casualidad, modesta telonera, al vínculo atronador
de la violencia. Mendoza inserta sus personajes como monedas en caída lenta;
advierte: a menudo apostamos contra nosotros mismos.
Los
ejércitos, de Evelio José Rosero (Tusquets, 2007)
La voz que origina el sobresalto
de la medianoche. La revelación de yacer en vecindad, en una realidad circular,
sitiados por un animal acezante. El prólogo de la belleza a un anochecer de
cuerpos rotos.
El
desbarrancadero, de Fernando Vallejo (Alfaguara, 2001)
Exponer las venas y encontrar el
otro mirándonos desde el fondo de nosotros mismos. Vallejo pone al hombre como
único e irrefutable argumento de su propia existencia; ganador de derechos
momentáneos, ciudadano de patria en exterminio.
*Poeta
***
Paul
Brito*
Tríptico
de la infamia, de Pablo Montoya (Literatura Random House, 2014)
Bucea en las crueldades y
vilezas cometidas en el siglo XVI, redescrubre América y nos hace sentir de
nuevo la afirmación de Vargas Llosa de que la literatura es fuego y la de
Bolaño de que es meter la cabeza en lo oscuro.
El
hombre de la cámara mágica, de Pedro Badrán (Literatura Random House, 2015)
Después de El otoño de
patriarca, no había leído una historia que relatara con tanta exuberancia
narrativa y tanto dominio de la oralidad costeña el alma Caribe.
Mañana cuando encuentren mi
cadáver, de Adolfo Ariza (Collage Editores, 2015)
Si en vez de poeta Raúl Gómez
Jattin hubiese sido novelista, habría escrito esta historia hermosamente
obscena, y profundamente humana.
El
último donjuán, de Andrés Mauricio Muñoz (Seix Barral, 2016).
Combina hábilmente varias voces
e historias hasta el punto de configurar una especie de conjunto
descentralizado de emociones interconectadas, el mismo sistema de hipervínculos
y redes de comunicación de la Internet, pero aplicadas al corazón humano.
Cuadernos
para hombres invisibles, de Gerardo Ferro (Collage Editores, 2015)
Alejada de fórmulas que se
repiten hasta el hartazgo en muchas de las novelas colombianas, esta historia
va al origen del género: parte de una hoja manuscrita con epígrafes y se va
llenando de capas narrativas, redescubriendo para sí misma un camino propio.
*Escritor
***
Camila Builes*
La
luz difícil, de Tomás González (Alfaguara, 2011)
Una historia oscura y, por eso, supremamente hermosa. Tomás González combina en la vida de un solo hombre, David, la pintura y la escritura como formas de redención. A veces el libro parece un poema largo, otras una novela corta. Cualquier categoría le queda pequeña.
Memoria
por correspondencia, de Emma Reyes (Laguna Libros, 2013)
Explotada de niña, Emma Reyes reconstruye cómo fue su salida de ese pudridero en el que vivió. Una historia de amor a través de cartas. Un homenaje a la belleza que surge del dolor.
Viaje al interior de una gota de sangre, de Daniel Ferreira (Alfaguara, 2017)
Una radiografía anónima, desconocida y apabullante de nuestro país.
Vida, de Patricia Engel (Alfaguara, 2016)
Retazos que, después de unirse, dan forma a una historia compleja, llena de matices. Vida, es un libro de pérdidas, de desencuentros. Un relato entrañable.
24 señales para descubrir un alíen, de Juliana Muñoz Toro (Tragaluz, 2017)
Está catalogado como un libro para niños, pero para mí esta historia trasciende los géneros y muestra la inocencia que no entiende de maldades. Con una prosa limpia y sencilla, Juliana me recordó todas las preguntas que me hacía cuando era niña, cuando estaba triste, cuando estaba sola.
***
Fabio
Martínez*
Envío mis 5 novelas teniendo en
cuenta que no he leído toda la novelística del país publicada a partir de 2000,
y que en toda lista, se pueden escapar varias novelas excelentes. Te pido el
favor, que incluyas esta aclaración.
Las
formas de las ruinas, de Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara, 2016)
Es una novela intensa y extensa
que nos devela las claves del magnicidio como forma de perpetuar la historia de
Colombia
El
síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa (Seix Barral, 2005)
Novela de la diáspora, rica por
su polifonía de voces, y su estructura fragmentada.
Cajambre,
de Armando Romero (Premio de Novela Corta de Siero, 2011)
Es una novela con un lenguaje
fresco donde el paisaje del Pacífico es el protagonista de la novela.
Duermevela,
de Melba Escobar. (Planeta, 2010)
Es una novela con un tono
impresionista, muy raro en la literatura colombiana, que gira alrededor de la
muerte del padre.
Bohemian
Rhapsody, de Carlos Pardo Viña (Caza de Libros, Pijao Editores, 2015)
Es una novela trhiller donde la
muerte en una ciudad, es tratada de una manera sutil, integrando el rol que
están cumpliendo las nuevas tecnologías virtuales.
*Novelista y docente universitario
***
Orlando
Echeverri Benedetti*
Corea,
apuntes desde la cuerda floja, de Andrés Felipe Solano (Diego Portales, 2015)
Cuando leo un libro y trato de
recordarlo, normalmente mi memoria transita por las circunstancias en que lo
leí: en la pantalla de un computador, descamisado, sudando vigorosamente en
medio del sopor tailandés y el griterío de los niños zampándose en la piscina
del condominio. Lo que más me gustó de este libro fue justamente que respondía
a su título. Eran apuntes, tenían esa cualidad aventurera, imprevisible y
asociativa de las notas sueltas, luego ordenadas, donde abundan los detalles,
un vértigo de la memoria capaz de involucrarte en un país que adquiere forma a
través del autor.
Érase una vez el amor, pero tuve que matarlo,
de Efraím Medina Reyes (Planeta, 2001)
A los veinte años es fácil
impresionarse con este libro. El lenguaje crudo, la petulancia sin límite del
protagonista, la sensiblería adolescente, su amor por el grunge y el punk en
una ciudad donde solo se oía vallenato, todo esto me resultó, digamos, inusitado
y descarado. Tal vez lo que más me llamó la atención del libro fue la
estructura arbitraria y la cercanía de su atmósfera: conocía, por cierto, a
casi todos los personajes en la vida real. Me reunía con ellos cada viernes en
la Plaza de San Diego.
Gramática pura, de Juan Fernando Hincapié (Rey
Naranjo, 2015)
Supongamos que comienzas a leer
un libro y te encuentras con esta frase: “Hay gente que sostiene que una vida
colombiana no puede ser decente ni puede estar entregada al conocimiento. Les
demostraré a estos bausanes que están equivocados». En esta tierra de bausanes,
de chupaculos, de youtubers y traquetos, este libro es una joya de la
sinceridad.
Tumba
de indio. Viajes por Ecuador y Colombia, de Juan Carlos Orrego (Editorial
Universidad de Antioquia, 2016)
Supe de esta obra a través de
una lista de Camilo Jiménez y me la trajeron desde Colombia. Estuve de acuerdo
con el reseñista, que destacaba el esmero en la construcción de sus frases, el
ritmo y la cadencia. Pero especialmente, el humor. Un libro en el que se es
incapaz de abordar el humor es, muy raras veces, valioso.
La
cuadra, de Gilmer Mesa (Literatura Random House, 2016)
Esta es una novela sobre la
violencia en Medellín a finales de los ochenta, pero sin rayar en la obscenidad
barata de la literatura sicarense. El narrador recuerda, en un tono
testimonial, como fue crecer en Aranjuez, un barrio de la capital antioqueña. Una
novela cuya temática no es para nada de mi preferencia, pero que está escrita
con un estilo admirable.
*Novelista
***
Juan Pablo Plata*
Caviativá, de Mauricio Loza (Arango editores, 2007)
La novela más disparatada y divertida de la década pasada. Deja entrever que la ley en Colombia es para los de Ruana.
Hábitos nocturnos, de Alfonso Carvajal (Mondadori, 2008)
Libro sobre cocaína, sacerdotes y adiciones apócrifas a La Biblia. Excelente.
35muertos, de Sergio Álvarez (Alfaguara, 2011)
Novela para entender el conflicto armado y la idiosincrasia de Colombia de los siglos XX y XXI.
Rebelión de los oficios inútiles, de Daniel Ferreira (Alfaguara, 2015)
Es una novela necesaria para ahondar en las raíces del conflicto armado colombiano; un libro útil para los tiempos que corren en que parece que Colombia se acerca a la paz.
Coprófago Paradise, de Juan Nicolás Donoso (Caín Prees, 2016)
Novela con ciudadanos de varios estratos sociales. Recuento de la historia de la música electrónica. La perfecta escogencia de la novela publicada por el Ministerio de Cultura y 44 Salón Nacional de Artistas (Pereira).
*Literato
***
Carlos
Orlando Pardo*
Los días en blanco,
de Hugo Ruiz (Universidad Distrital Francisco José de Caldas 2014)
Es
una obra mayor por la búsqueda de totalización de un mundo y por la cuidadosa
estructura y el perfil perfectamente delineado de su historia. Todo irá
entretejiéndose para dar una visión del mundo entre las costumbres,
pensamientos, medio histórico y manera de actuar de personajes que cubren más o
menos el siglo
La baronesa del circo Atayde,
de Jorge Eliécer Pardo (Cangrejo Editores, 2015)
Como si leyéramos Guerra
y paz de Tolstoi o La guerra del fin
del mundo de Mario Vargas Llosa, las historias de amor que va tejiendo el
libro se engarzan válidamente a la historia del país. Los breves capítulos
iluminan épocas desde el siglo XIX hasta el XX para mostrarnos cómo no hemos
cambiado mucho.
Trashumantes de la guerra
perdida, de Jorge Eliécer Pardo (Pijao Editores, y Cangrejo
Editores, 2017)
Trashumantes
de la guerra perdida aborda
asuntos inusuales en la novela colombiana actual, contemporánea, no la que
vuelve sobre el conteo de muertos ni le interesa la sangre o el horror sino la
que ha superado la estética de la violencia visceral, para además ocuparse de
la reflexión sobre el porqué de dicha violencia y, más allá, sobre los porqués
de la guerra.
Buen viaje general,
de Benhur Sánchez Suárez, (Caza de Libros, 2010)
Tanto
la historia como la estructura y el lenguaje lo hacen a uno rodar como en un
tobogán bajo la delicia de un texto impecable. Desde luego, para nuestra
desventura, arropados por el manto de la violencia en que hemos vivido y en que
han vivido otras generaciones anteriores a la nuestra.
Mis noches en casa de María Antonia,
de Héctor Sánchez (Pijao Editores, 2007)
Las
noches en casa de María Antonia es la confirmación de un
escritor que conoce su oficio. Allí se conjugan, la fuerza expresiva con la
sabiduría en las reflexiones y el valor de lo íntimo con la memoria del dolor.
Novelista.
***
Juan
Guillermo Caicedo
Para
iniciar es importante hacer una pequeña observación: las presentes novelas
colombianas son obras que a juicio del seleccionador se mueven en la periferia
de los gustos tradicionales de los lectores por sus temáticas o formatos. Otra
mirada a las “literaturas” colombianas.
Gabriella
infinita, de Jaime Alejandro Rodríguez
Ruiz y Carlos Roberto Torres Parra. (2007)
Se encuentra
en la web:http://www.javeriana.edu.co/gabriella_infinita/proyecto/autores.htm
Novela
en formato de hipermedia, de las primeras hechas en español. Historia de amor
que falsea la realidad y desarrolla hipercomprensión en los personajes acerca
de su existencia.
José Antonio Ramírez y un zapato, de Campo Ricardo
Burgos (La serpiente emplumada, 2003)
En una
sociedad que excluye a las personas que piensan o sienten diferente, el
protagonista debe enfrentar riesgos para defender su gran amor por un zapato
derecho.
Microbio, de Fernando
Gómez (Planeta, 2010)
Si
piensas tener una aventura amorosa, cerciórate de que no sea con un científico
loco que colecciona microorganismos, éstos aman de una forma bacteriana.
Open the Window para que la mosca fly, de Jaime
Espinal (Ediciones B, 2007)
Es tan
absurda, ridícula y divertida que vale
la pena leerla una vez en la vida para luego exorcizarla en una lista de
recomendaciones. Sátira y parodia friki.
El ocaso de la locura, 1739 anno Domini, de Julián Andrés Gómez (Premio
Nacional de novela Aniversario Ciudad De Pereira, 2014)
La
corrupción de la iglesia católica, en una abadía del siglo XVIII en Colombia,
lleva a la muerte del monje Teofrastro. Los diferentes puntos de vista de los
personajes dan indicios para descubrir al asesino y sus motivos.
Docente
universitario
***
Antonio María Flórez*
El
olvido que seremos, de
Héctor Abad Faciolince (Planeta, 2006)
Relato
memorialista que estremece por su crudeza, la exaltación del amor al padre y la
mitificación del resistente civil ante un país desgarrado por la violencia y
necesitado de referentes morales.
1851, de Octavio Escobar Giraldo. (Intermedio,
2007)
Folletín
de cabo roto que recrea con guiños cervantinos e intertextos una etapa
fundamental de la historia patria: la colonización del Gran Caldas. Ironía y erotismo
contenido, a ritmo cinematográfico, con diálogos precisos y una prosa ágil e
innovadora que atrapan al lector de principio a fin.
Delirio, de Laura Restrepo
(Alfaguara, 2004).
Impecable narración que indaga en los
misterios del pasado personal de una mujer desquiciada donde el suspense y el
buen narrar se convierten en eje y recurso insoslayable de la historia.
El ruido
de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara, 2011)
Obra que
radiografía una etapa del país, el último tercio del siglo XX, vista desde la
óptica de un narrador bogotano. Trazada enigmáticamente, devela la complicidad
y el miedo de toda una generación marcada por la pesadilla del miedo y el
narcoterrorismo.
Pelota
de trapo, de
Adalberto Agudelo Duque (Premio de Novela Ciudad de Bogotá, 2009)
Crónica
en clave futbolera de la historia de un hombre gris y común de montaña que usa
el fútbol como metáfora de vida. De estructura compleja rezuma imágenes de gran
lirismo y precisión idiomática.
*Poeta y
médico.
***
Andrés Mauricio Muñoz*
La luz difícil, de Tomás González (Alfaguara, 2011)
Esta es, sin
duda, una de las novelas más logradas de Tomás González. Con una hondura que
estremece, nos cuenta de aquellos entresijos de la condición humana que
preceden a aquellos dos tránsitos ineludibles: la muerte y la vejez.
Los
ejércitos, de Evelio Rosero (Tusquets, 2007)
Es una de las obras cumbres en
el trabajo narrativo de Rosero. En ella se presenta el lado humano de la
guerra, eludiendo con destreza la sociología, la política e incluso la
meticulosidad de la barbarie irracional, para poner su mirada en el personaje,
su lado humano, su consciencia, la forma como la guerra lo transforma.
Después
y antes de Dios, de Octavio Escobar (Pretextos, 2014)
Estamos ante una novela de una
prosa justa, cuya textura se deja palpar y bajo la cual reverbera la inquina en
todas sus versiones, que marcha al ritmo de una sociedad soberbia, enajenada
por sus vicios, sus peores infamias y una espiritualidad enconada.
Rebelión
de los oficios inútiles, de Daniel Ferreria (Alfaguara, 2015)
Se narra aquí una radiografía
visceral de nuestra violencia desde la perspectiva de una génesis que explica
las luchas que han devenido en sangre. Esta obra hace parte de un colosal
proyecto narrativo al que se entregó Ferreira: pentalogía de la violencia en
Colombia.
Los
estratos, de Juan Cárdenas (Periférica, 2013)
Esta es una novela que ilustra muy
bien el tránsito hacia los orígenes, hacia la raíz alojada en nuestros mejores
años, una huida que despoja al personaje de todo lo que una sociedad dominante
y estratificada se esmeró en contagiarle. Es un continuo desandar los pasos, la búsqueda de una redención
definitiva.
*Narrador.
***
Daniel
Ferreira*
Son cinco elecciones. Muy poco.
Preferiría una vasta lista de recomendaciones librescas. Pero espero que otras
llenen mis propias lagunas de lector. De mi lista de novelas colombianas
publicadas en el siglo en marcha que vale la pena leer, han quedado por fuera
la Mancha de la tierra, de Enrique
Santos Molano que tendrá que ser leída por quienes se precien de conocer las
minucias del movimiento comunero, y La
bala vendida, de Rafael Baena, uno de los grandes prosistas que reveló este
comienzo de siglo. Tampoco cupo Lejos de
Roma, de Pablo Montoya, más cercana a la poesía y a la divagación
metafísica. Ni la historia estupenda de no ficción de Piedad Bonnett Lo que no tiene nombre, ni la hornada de
cuentistas con obra sólida: Saúl Álvarez Lara, Fabián Buelvas, José Hoyos,
Andrés Mauricio Muñoz. Pero seguramente esos autores figurarán en otras listas
más amplias y exactas cuando se haga el examen crítico de rigor. Propongo la siguiente,
con obras que respiran solas, que abren caminos que parecían cerrados, que nos
ayudan a entender mejor lo que debe ser la literatura.
Donde
mueren los payasos, de Luis Noriega (Blackie Books, 2013)
Fueron unas intranquilas noches
de un régimen que se extendió durante ocho años, el régimen de Uribe Vélez.
Luis Noriega descifró las claves de la farsa desde la distancia de su
autoexilio en España. Para muchos Colombia se ve muy divertida desde Barcelona.
Para Noriega en lo divertido se esconde lo trágico. Una gran farsa literaria,
espejo de un gran sainete político.
Once
días de noviembre, de Oscar Godoy (El Huaco, 2015)
Ese oxímoron convertido en
carrera profesional, La escritura creativa, se ha ido extendiendo desde Estados
Unidos a toda Latinoamérica. En Cuba y Argentina y Chile ya se existían
previamente como talleres de escritura para aficionados. En estados Unidos se
popularizó como un pasatiempo de la burguesía y como una opción de dignidad
para vocaciones tímidas. Oscar Godoy es la prueba de que una carrera de
escritura creativa puede desembocar en gran literatura. Once días de noviembre es un gran desembarco literario sobre uno
de los momentos de ruptura de la barbarie política colombiana: el holocausto
del palacio de justicia.
El
escritor de culto, de Rafael Gutiérrez (Editorial Universidad de Antioquia,
2013)
Nadie, de los que he
interrogado, sabe quién es Rafael Gutiérrez. Como nadie sabe quién es Rafael
Sáenz, el protagonista de su gran novela editada por la Universidad de
Antioquia. El escritor de culto hace delicias con el sistema de la fama. Toda
fama se basa en un malentendido. Alguien escribe algo valioso y luego se muere
y un sistema extraliterario lo convierte en leyenda. ¿Qué tiene que ver eso con
la literatura? Nada. El único camino para escribir es quedarse solo
escribiendo. La novela boicotea el malentendido que toda fama implica. Pero sí
sabemos algo más de Rafael Gutiérrez: hace un doctorado sobre Bolaño en Brasil
y el pasado diciembre publicó en la revista El Malpensante una disertación
literaria sobre la última noche del escritor chileno. Un escritor de culto
persiguiendo las huellas de un escritor de culto.
En
el Lejero, de Evelio Rosero (Norma, 2003)
El arte está en los detalles.
Para crear una atmósfera de muerte y desolación hay que reparar en esos
detalles. Este libro breve tiene una atmósfera concentrada. Es como una obra
shakesperiana: hay un tema, la búsqueda de una nieta perdida, y la
multiplicación de la desgracia a donde conduce la búsqueda. Al final todo se resuelve
en una gran escena de horror y ese es el destino del personaje y de todos los
pueblos arrasados por la guerra política. Con este libro Rosero demuestra ser
el gran heredero de Juan Rulfo.
Una
singularidad desnuda, de Sergio de la Pava (Pálido fuego, 2014)
Necesitamos adoptar a Sergio de
la Pava. Sus padres son colombianos, Nació en New Jersey pero su novela expresa
el limbo de dos tradiciones: una cultura de origen y una de llegada. Esa novela
monumental es el resultado de la migración incesante de colombianos en busca de
mejores destinos. Las peripecias del abogado Casi inmerso en el mundo
delincuencial de Brooklyn y su crítica humorística al sistema de justicia de
esa llamada “democracia perfecta” demuestra las contradicciones de toda
democracia, y su lenguaje y sus peripecias son la prueba de que el muro de
Trump es marca ACME: está derrotado por la demografía y el adn del ciudadano
norteamericano actual. El muro no detiene el multiculturalismo. Las culturas no
son mundos aislados que se puedan detener con hormigón y alambres
electrificados.
Novelista.
***
Luz Stella Muñoz*
La
noche del verano que nunca llegó, de William Ospina (Literatura Random House,
2015).
Por la forma como recrea la
historia y da a conocer aspectos desconocidos de escritores románticos,
reunidos a raíz de la erupción del volcán Tambora.
Memorias
de un sinvergüenza de siete suelas, de Ángela Becerra. (Planeta, 2013)
Porque es la historia de una
fidelidad amorosa, salpicada de humor, que convirtió al protagonista en un ser
infiel y caprichoso.
La ceiba de la memoria,
de Roberto Burgos Cantor. (Planeta, 2007)
Por mostrar un esclavo como Benkos, su pasión
y la esclavitud en Cartagena, mientras Pedro Claver domina sus pasiones con
autoflagelación y dolor.
El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vázquez
(Alfaguara, 2011)
Por mostrar efectos del
narcotráfico, desde la Candelaria en Bogotá.
Cae el amigo del protagonista asesinado.
Realiza una investigación exhaustiva.
Mi
vestido verde esmeralda, de Alíster Ramírez M. (Stockcero, 2003)
Porque admiro la forma como
relata la vida de Clara, una mujer con mucho tesón y espíritu de lucha y su
gran aporte en la colonización del Quindío.
*Docente.
***
Enrique Santos Molano*
Mancha de la Tierra,
de Enrique Santos Molano (Grijalbo, 2015)
“Con su
linterna histórica, Santos Molano penetra los rincones más oscuros de casas y espíritus
para guiarnos por un laberinto de
emociones, sensaciones, actitudes y posiciones políticas, religiosas y
filosóficas, de ahí que su novela sea tan envolvente, ya que una vez que un
personaje cobra vida, sea ese el de Antonio Nariño, el de Magdalena Ortega y
Mesa, su esposa, el del arzobispo Caballero y Góngora, o el del mismísimo José
Antonio Galán, no lo queremos soltar, y su saga, como en toda gran novela, se
vuelve nuestra saga”. Mario Lamo Jiménez, en revista Escarabeo.
La Rebelión de los oficios inútiles, de Daniel Ferreira (Alfaguara, 2015)
Una epopeya de
los humildes, de los maltratados, de los que crean con el sudor de su frente la
riqueza de los poderosos. Un retrato sin retoques de la clase dominante que
vive a costa de los dominados. Una prosa de un lirismo asombroso por su
sencillez, y de una capacidad narrativa original que absorbe la atención del
lector y lo seduce sin compasión. Unos personajes y unas situaciones reales,
creados por la imaginación de un gran maestro narrador. La crítica continental
reconoció la excelsitud de esta novela al otorgarle el premio Clarín (Buenos Aires) en el 2014.
El Libro de la Envidia,
de Ricardo Silva Romero (Alfaguara, 2014)
Notable
performance de carácter Joyciano, que en el transcurso de un día reconstruye el
asesinato de José Asunción Silva, por medio de personajes y escenas
imaginarias, en un escenario real, y en una trama de suspenso legítimo y de un
humor iridiscente y sostenido, que le
ayuda al lector a desenredar la madeja complicada de la trama. Un fresco
inimitable de la Bogotá de finales del siglo XIX.
Jaque, Caballo y Rey,
de Daniel Samper Pizano (Alfaguara, 2015)
Con humor fino
y sin rebusque, la novela describe de manera fidelísima una época del siglo XX
que estaba virgen en el tratamiento novelesco: el período, o más concretamente,
el primer año del gobierno de facto del Teniente General Gustavo Rojas Pinilla.
Valiéndose de las hazañas de Triguero,
un caballo famoso, campeón invicto hasta su muerte desdichada, el autor
desmenuza el nacimiento de lo que se consideró la posviolencia. El asesinato de
Triguero sirve de metáfora para
simbolizar el engaño de un país que creyó en las buenas intenciones de un falso
libertador, que a su vez sucumbió a las alabanzas desmesuradas de sus
patrocinadores.
La Secreta, de José
Nodier Solórzano Castaño (Torre de Palabras, 2104)
En el género
de la novela corta, pocas en Colombia, quizá ninguna, alcanza la excelencia de
este relato ambicioso que, con la cuchilla del legista más hábil, hace la
autopsia de una sociedad que ha muerto envenenada por la corrupción que instilan
en el organismo social las distintas mafias, principalmente la de los
políticos. Muestra, por medio de sus personajes (putas, detectives, un tigre imaginario,
una hermana loca, y muchos otros), cómo el poder cae en manos del hampa de
cuello blanco y todo lo pervierte. Tanta sordidez no le cierra el paso a una
prosa impecable, que si no endulza el amargo trasfondo de la novela, sí nos
descubre a un escritor ducho en el idioma y que maneja con destreza las
técnicas del arte de narrar.
*Historiador y novelista.
***
Miguel Manrique
Los impostores, de Santiago
Gamboa (Seix Barral, 2002)
Divertida.
La trama detectivesca es un tanto disparatada, pero los personajes son
memorables y Gamboa se arriesga a situar la trama en China. Es inolvidable
Chouchén Otálora.
El ruido de las cosas al caer, de Juan
Gabriel Vásquez (Alfaguara, 2011)
Tiene
una prosa cuidada y narra el drama en que se ve envuelto un personaje gris de
clase media alta cuando lo toca la violencia. Desacertado el nombre de Maya
para una apicultora. A veces puede ser densa y falta de ironía.
El
Eskymal y la Mariposa, de Nahum
Montt (Alfaguara. 2004)
Es
una de lad mejores novelas de género negro escritas en Colombia. En medio de
los asesinatos de los principales líderes políticos de los noventa, se ahonda en
la corrupción y descomposición del Estado.
Coleccionista de polvos raros,
de Pilar Quintana (Norma, 2007)
Narra la vida de la Flaca, una muchacha
que tira sin ganas, en la Cali de los años noventa, en medio del clasismo
provinciano de la ciudad y de traquetos. Los personajes podrían parecer
estereotipados, pero el lenguaje es ágil y vigoroso.
El inquilino, de Guido Tamayo
(Literatura Random House, 2012)
Parece
una novela tardía, quizás anacrónica, pero retrata con brevedad y precisión poética los últimos días de un personaje
que pudo ser un escritor colombiano.
*Novelista y editor.
***
Humberto Ballesteros*
Los
ejércitos, de Evelio Rosero (Tusques, 2007)
La novela
se llama “Los ejércitos”, pero estos, como los monstruos en las mejores
películas de terror, son apenas un esbozo, terrible precisamente porque apenas
se lo entrevé. En cambio, quienes ocupan el primer plano son las víctimas. Habitantes
de un pueblo como cualquier otro, cuya vida ha sido, es y será determinada por
esos mismos inconstantes, inasibles, inagotables ejércitos.
La luz
difícil, de Tomás González (Alfaguara, 2011)
Una
novela rigurosamente atea que también es una obra maestra de la literatura
mística. La luz difícil que el protagonista descubre por medio de sus cuadros mientras
su hijo muere es un reflejo del lenguaje certero de González, pero también de la
mirada del lector, que se ilumina dolorosamente a medida que el relato progresa.
Rebelión
de los oficios inútiles, Daniel Ferreira (Alfaguara, 2015)
Ferreira
es, a mi parecer, el mejor alumno que tiene Rosero en la nueva generación de
escritores colombianos. Rebelión de los
oficios inútiles, ganadora del Premio Clarín de Novela 2014, es la tercera entrega de su ambiciosa Pentalogía infame de Colombia. El libro
relata una toma de tierras. El lector, sobre todo si es colombiano, ya se sabe
el final de memoria, pero Ferreira nos conduce a él con un dominio magistral de
las más variadas técnicas narrativas.
Despegue, de
Javier Moreno (Ediciones SM, 2014)
Una
novela brevísima en la que un niño que padece una enfermedad terminal tiene un
proyecto secreto con su primo favorito: construir una nave espacial.
La casa
de la belleza, Melba Escobar (Emece,2015)
Un thriller sutil y bien armado que, a la
manera de las Heroínas de Ovidio,
recrea una historia archiconocida de forma completamente novedosa porque la
explora desde un punto de vista femenino de verdad verdad, sin remordimientos, debilidades,
excesos ni subterfugios.
*Novelista.
***
Ángel Castaño Guzmán
Los derrotados, de Pablo Montoya (Sílaba, 2012)
Con atildada prosa, Montoya lleva de la mano al
lector por los pasadizos de sangre en los que los intelectuales colombianos han
dejado jirones de piel a lo largo de dos siglos de vida republicana. En esta novela se perciben con facilidad los asuntos que obsesionan al escritor y músico.
Memoria de derrotas, de
Rafael Baena (Alfaguara, 2016)
La obra de Baena es de las más sólidas e
interesantes de la novelística colombiana reciente. Sus ficciones históricas
son de primera, combinan con mano experta las dosis justas de acción y
exploración histórica. Menciono la novela póstuma de Baena, quizá la más
insular de su trayectoria: acá, escondido a medias detrás de un nombre y rol
ficcional, narra su lento atardecer, sin por ello caer en el simplismo y la
descortesía.
Contenido explícito, de Juan Sebastián
Gaviria (Literatura Random House, 2017)
Gaviria no se anda por las ramas: no deja que
el lector parpadee. Las tres novelas breves agrupadas en este libro son
disparos certeros. La escritura limpia y las historias trepidantes de este volumen seducen
y noquean al tiempo.
Dime si en la cordillera
sopla el viento, de Samuel Jaramillo (Alfaguara, 2015)
Ficción que le apuesta de lleno a la destreza arquitectónica:
cuenta la historia de un clan echando mano de recursos estilísticos formidables.
*Periodista.
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Bonus Track
Hola, Ángel. Gracias por tu invitación a participar en la encuesta. He estado pensando en tu pregunta y me doy cuenta de que ni si quiera he leído cinco novelas de ese período. Algunas veces he tratado de leer a los autores inflados por los medios, pero no he llegado lejos. He empezado dos novelas de Juan Gabriel Vásquez y me parece pesado, falto de gracia. Con El ruido de las cosas al caer, después de tres párrafos sentí como si un hipopótamo me cayera encima. Traté de leer Angosta, de Héctor Abad, pero me pareció los apuntes para una novela nunca escrita. Abrí La oculta en cualquier página y vi unas frases mal parapetadas. El olvido que seremos no lo pienso leer, porque estoy escribiendo sobre mi padre. Lo que ha escrito Vallejo en este siglo no me ha interesado. Su estilo de culebrero iconoclasta me ha quitado las ganas de leerlo. De William Ospina he leído cero novelas. Los geniecillos bogotanos -Silva y uno monito que escribe en El Tiempo - no los he leído por economía: me ahorro el tiempo, la plata y la rabia. Todos esos redactadores de mercancía no nos dejan ver a los buenos escritores, la mayoría de los cuales andará inédita o precariamente divulgada. Habrá que esperar algunos años para que tanto globo se desinfle. Hay autores que respeto, como Rosero Diago y Marco Tulio Aguilera. Sé que entre los mas nuevos hay unos muy buenos -Ferreira y Betancourt- pero no me ha llegado la hora de leerlos. Cada vez le creo más a Borges cuando dice que es mejor leer libros que hayan pasado la prueba de los cien años. Pero dentro de cien años ya no estaré para responder la encuesta.Gracias de nuevo. Si te sirve algo de aquí puedes utilizarlo. Un abrazo.
Gustavo Arango