Voz a voz de lector (Lado A)


REVISTA CORÓNICA puso entre la espada y la pared a sus allegados y colaboradores: les pidió su top cinco de las novelas colombianas publicadas del año cero de este milenio al día de hoy. Ante la cantidad y calidad de las respuestas, decidió el comité de la revista hacer dos entregas con estas recomendaciones de lectura. Acá van, en orden de llegada. (Lea la segunda parte: lado B).


Pablo Montoya*




 La ceiba de la memoria, de Roberto Burgos Cantor (Planeta, 2007)
Una de las cimas de la novelística colombiana. Inmensa y compleja recreación de los tiempos de la esclavitud en Cartagena. Un novela desgarradora y potencialmente liberadora. Un alto ejemplo de cómo se abraza la indagación del mal, la reflexión ética y la imaginación literaria. 





Historia secreta de Costaguana, de Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara, 2007)
Novela especial porque en ella aparece un acontecimiento indispensable de nuestra historia que nunca antes se había tratado con tanta inteligencia: la construcción del canal de Panamá. La novela de Vásquez es lúdica y minuciosa en la reconstrucción de uno de los períodos más dolorosos y apasionantes, más frustrantes y delirantes de nuestra historia. 




El vuelo negro del pelícano, de Felipe Agudelo (Sílaba, 2015)  
Por la perfección de su trazado y por la forma, sin truculencias ni extremismos, en que se trata el tema del amor infortunado, El vuelo negro del pelícano representa, sin ningún ruido de campaña publicitaria, uno de los mejores momentos de la actual narrativa colombiana.



El año del verano que nunca llegó, de William Ospina (Literatura Randon House, 2015)
Espléndido juego narrativo donde se abrazan con certeza el apunte del viajero, la lucubración del ensayista y el canto del poeta. Una celebración magnífica de los poetas románticos ingleses. Una novela ensayo y una novela poética logradísima.



*Poeta y novelista.

***

Marco Tulio Aguilera*




Ursúa, de William Ospina (Norma, 2005)
Tiene una virtud indudable: un conocimiento exhaustivo, casi increíble, del tema, del territorio y de la época de la primera exploración del territorio amazónico. Lo sorprendente no es que el autor sepa o parezca saber casi todo sobre la América de los conquistadores sino que logra diluirlo de tal modo en una narración épica, que uno no tiene esa incómoda sensación de que el autor quiere apabullarnos con sus sapiencia. Es una novela navegable con cualquier viento, legible de principio a fin, no sólo por la riqueza de las peripecias del protagonista y los que lo rodean, sino por la fineza de una prosa que en ocasiones obliga al lector a detenerse y subrayar o marcar de alguna manera la línea memorable. (Las dos novelas posteriores de Ospina sobre el Amazonas me parecieron menores, particularmente La serpiente sin ojos).


Morir en Sri Lanka, de Gustavo Arango (Edición numerada del autor)

Casi 500 páginas en las que entra el mundo entero entreverado con notas sobre la vida de un escritor colombiano en Estados Unidos. Escrita en párrafos cortísimos, está llena de citas  muy subrayables. Lectura apasionante. He leído casi todo lo de Arango y me parece sobresaliente.



La ceiba de la memoria, de Roberto Burgos Cantor (Planeta, 2007)
Sobre la esclavitud, el holocausto, la barbarie y novela como forma de abolir el tiempo. Una auténtica lección de estilo que a veces se torna demasiado farragosa.




Miga de pan, de Azriel Bibliowics (Alfaguara, 2013)
Sobre la comunidad judía en Colombia. Me gustó muchísimo: una narración sobre la trascendencia de las pequeñas cosas. Me recordó textos de Isaac Bashevis Singer.



La insaciabilidad, de Marco T. Aguilera Garramuño (Universidad Veracruzana, 2014)
Porque apareció después del 2000; porque es parte de una serie de siete novelas que he llamado El libro de la vida, un proyecto mayor y ha recibido excelentísima crítica en muchos países de América y Europa y casi nadie la conoce en Colombia.

*Novelista.


***

Liliana Guzmán*




 El Olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince (Planeta, 2006)
Uno de los temas fundamentales de la literatura, la relación con el padre, es contada a de una manera honesta y descarnada por un hijo que aún recuerda el paraíso que le arrebató la violencia.


Coleccionista de polvos raros, de Pilar Quintana (Norma, 2007)
Con el pretexto de contar una historia de amor fallida entre una chica humilde y dos muchachos de clase alta caleña, la escritora logra contar, con un lenguaje provocador y preciso, el florecimiento del narcotráfico que derrumbó, no solo a una ciudad, sino a un país.


La luz difícil, de Tomás González (Alfaguara, 2011)
Una reflexión impecablemente escrita sobre la agonía, la enfermedad y la muerte, a través de los ojos de un pintor que se acerca al final de sus días.


Rebelión de los oficios inútiles, de Daniel Ferreira (Alfaguara, 2015)
Tras un vertiginoso primer capítulo que mete de cabeza al lector en el horror de la historia de Colombia, esta novela podría resumir las revoluciones fallidas de nuestro país: batallas justas, perdidas y sin ninguna esperanza de tener final feliz.





Gramática Pura, de Juan Fernando Hincapié (Rey Naranjo, 2015)
A través del personaje de Emilia, una chica que sólo puede amarse u odiarse, el autor logra hacer lo imposible: crear, a la vez, una novela sencilla sobre el paso de la  adolescencia a la joven adultez, y un riguroso manual de gramática.

*Novelista y libretista

***


Juan David Ochoa*



Los ejércitos, de Evelio Rosero (Tusquets, 2007)
Un retrato difícil de realizar debido a su escritura en medio de la misma guerra. Tiene un equilibrio admirable entre la sensibilidad y la ideología, que se aparta objetivamente de los ejércitos del conflicto para retratarlos como personajes literarios y humanos, entre las sombras y los brillos de las causas y los dramas naturales. Evelio José Rosero es tal vez el escritor más subvalorado entre los estelares.



La Luz difícil, de Tomás González (Alfaguara, 2011)
Tiene la gracia de las obras poéticas: una metáfora circular, una imagen entera que atraviesa la teoría del color y el temblor humano entre la fragilidad de la vida y el mundo. Tomás Gonzáles trata los trasfondos humanos con un tono altamente sensible y lírico, sin presunciones. Creo que hace parte de las grandes novelas escritas en Colombia en varias décadas.



El desbarrancadero, de Fernando Vallejo (Alfaguara, 2001)
Fue la novela top de un estilo y una fórmula que después se le convertiría a Vallejo en una prisión y en un mismo desbarrancadero al tedio. Pero esta es su gran su gran novela y su gran acierto desde todos los tópicos: uso del lenguaje, autenticidad, riesgo y transfiguración de lo real sin traicionarlo.


El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vázquez (Alfaguara, 2011)
Un trato con el lenguaje a través de la técnica y la estructura que permite ver a Juan Gabriel Vasquez en su esencia central: el escritor académico. Una novela con todos los juegos estratégicos entre el autor y el lector a quien no subestima nunca.

El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince (Planeta, 2006)
Una obra cuidadosa con un tema supremamente difícil: el retrato de un ser querido sin los excesos de una idealización enceguecida. Hay un equilibrio entre el narrador y el yo nostálgico que atraviesa el tiempo desde la niñez con recuerdos sensibles. Es la novela que rescato de la obra de Faciolince.



*Poeta y columnista.

***

Elizabeth Hernández Barrientos*




Angosta, de Héctor Abad Faciolince (Seix Barral, 2004)

Me gusta porque es una historia que narra una ciudad dolorosamente violenta, con una marcada división de clases sociales, una ciudad muy parecida a la mía donde a pesar de su realidad el amor se abre paso entre las diferencias.



Demasiados héroes, de Laura Restrepo ( Alfaguara, 2009)

Me identifico completamente como mamá. El recorrido que la autora hace por los momentos de la infancia de su hijo y la relación que se teje entre ellos ante la ausencia del padre me conmueven profundamente, al margen del tinte político de la novela que para mí pasa a un segundo plano.



La luz difícil, de Tomás González (Alfaguara, 2011)

Para mí es una historia que reivindica la libertad de morir cuando la vida ya no es sostenible: si un accidente te arrebata la independencia y todo aquello que entiendes por dignidad, te queda la posibilidad de tomar la decisión que no te permitieron tomar al nacer… decir ¡No quiero!







Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett (Alfaguara, 2013)

Definitivamente el dolor que atraviesa esta historia es imposible de nombrar: no puede tener el libro un título más acertado. ¡Cómo no ponerse en el lugar de Piedad Bonnett? ¿y si fuera mi hijo? Yo no dejaría que se apartara de mi lado pero ¿y si él no quiere quedarse? Ser madre es un amor que duele, y me gusta esta historia porque te confronta frente a la aceptación de la muerte como salida a la tortura de una vida sin sosiego.


 Criacuervo, de Orlando Echeverri Benedetti (Angosta, 2017)
 La derrota es la constante en esta novela: una historia que transmite la sensación de impotencia frente a las circunstancias que impone el destino. Quién no se ha preguntado en algún momento ¿qué hubiera pasado si…? Esto es Criacuervo, la posibilidad latente de lo que nunca fue.

*Periodista

***

Jair Villano*

No recuerdo quién fue el que dijo que hay más poetas que buenos poemas. Creo que algo similar ocurre en la novela colombiana del siglo XXI. Cinco novelas es un número mezquino: me parece a mí que hay más buenas novelas que buenos escritores; qué le vamos a hacer, dejo aquí las que se circunscriben a mi gusto –caprichoso, veleidoso, bueno sí: mezquino–.



 El desbarrancadero, de Fernado Vallejo (Alfaguara, 2001)
La prosa de Vallejo fluye como agua del río después de la lluvia. Ágil, rápida, certera.  Abres el libro y resulta imposible que lo cierres. Su fluctuación procaz y culta genera simpatía. Ni hablar de la historia…



Angosta, de Héctor Abad Faciolince (Seix Barral, 2004)
Creo que es un acertado retrato de las ciudades colombianas (y latinoamericanas). La tenaz segregación, las desigualdades, la zozobra. Es una apuesta ambiciosa, aunque algo ingenua, por hacer literatura real y fantástica. (No es que me guste mucho, pero, objetivamente, debe estar en este listado).


Los ejércitos, de Evelio Rosero (Tusquets, 2007)
Hubiera elegido Los escapados, esa tierna novela de los niños en el colegio, pero esta es una representación potente y desgarradora de lo que es padecer la guerra en Colombia. La novela que todos los ciudadanos de esta nación deberían leer, pues haciéndolo se recupera la sensibilidad desgastada por la banalización informativa y los problemas de las urbes.


La trilogía: Ursúa, El País de la Canela, La serpiente sin ojos.
Esta novelización de la colonización española en América logra su cometido. Una narración de los feroces y aciagos que fueron aquellos años bajo los conquistadores. La prosa barroca de Ospina ayuda mucho en la verosimilitud de la trama.




La luz difícil (Alfaguara, 2011)

Más bien elijo este conmovedor relato pensando en los demás libros de Tomás González. Es un escritor que, como dije en otro lado, no necesita rugir ni destilar desmesuradas verborreas, le basta con susurrar (sus novelas, sus cuentos) para dejar un profundo e inextinguible eco.

*Escritor 

***

Joseph Avski*





La historia de Horacio, de Tomás González (Norma, 2000)
No es el libro más popular de Tomás González pero es por mucho mi favorito. Es una historia humana y conmovedora, narrada con un lenguaje transparente. Varios de los personajes se llaman entre ellos con el apodo ‘Pacho Luis’. Desde que la leímos uno de mis mejores amigos y yo nos llamamos mutuamente con el mismo apodo. 



El desbarrancadero, de Fernando Vallejo (Alfaguara, 2001)
Es probablemente el libro más triste y conmovedor de Fernando Vallejo, lo que no quiere decir que carezca del humor y la perorata tradicional de sus otros libros. La tragedia familiar y la muerte rondan por sus páginas y es imposible no sentir durante la lectura que es la propia familia la que está en riesgo.



Delirio, de Laura Restrepo (Alfaguara, 2004)
La novela está ambientada en la década de los ochenta y narra con maestría un momento terrible de la historia colombiana. Son los días de la penetración de la cultura mafiosa y la violencia en la sociedad. Son los años en los que el país pierde el rumbo y la poca salud mental que le queda.


Tríptico de la infamia, de Pablo Montoya (Literatura Random House 2014)
En el Tríptico de la infancia Pablo Montoya alcanza una prosista exquisita con la que logra un fresco de la barbarie. Cuenta la historia de tres pintores tocados por la violencia y ofrece como única posibilidad de redención ­ante el sinsentido de la crueldad los espacios de la creación artística.


La rebelión de los oficios inútiles, de  Daniel Ferreira (Alfaguara, 2015)
Daniel irrumpió con estrépito en el panorama de la literatura colombiana y en muy poco tiempo se ha consolidado. Esta novela explica porqué. 

Novelista*

***

Catherine Rendón Galvis*

Esta lista, es mi lista. Obras que dentro de mis lecturas de novelas  colombianas han sido importantes. Algunas se quedan por fuera y muchas de ellas no pertenecen propiamente al género de la novela. Posiblemente una que otra novela de esta lista quedará entre las grandes novelas colombianas, eso no lo sé. Acá la lista:



Vista desde una acera, de Fernando Molano. (Planeta, 2012)
Aunque se etiqueta como una novela homoerotica, sencillamente es una historia de amor. Una novela conmovedora que aunque queda inconclusa, resume la gran condición del amor y a su vez, la tragedia del amor de dos personas de un mismo género en sociedades como la nuestra.



Memorias por correspondencia, de Emma Reyes. (Laguna, 2013)
No es propiamente una novela, sin embargo, desde el género epistolar deja entramar una gran historia de vida de una de las artistas más importantes de Colombia. Nos deja ver que quizá nuestros infortunios no siempre son los peores como creemos.


Los ejércitos, de Evelio Rosero. (Tusquets, 2007)
El destino de un colectivo de personas parece quedar en las manos de unos pocos. Desde detalles implícitos esta novela nos relata una serie de episodios que son el espejo de muchos lugares de nuestro  país.



Ornamento, de Juan Cardenas. (Periferia, 2016)
Una novela con una densidad narrativa que entre la rareza de los personajes y los episodios muestra contextos particulares del devenir de las sociedades. Pareciera una gran burla crítica del manejo interno de los movimientos de la sociedad.


Rebelión de los oficios inútiles, de Daniel Ferreira. (Alfaguara, 2015)
Esta novela con lupa nos permite conocer las pequeñas tragedias de la Tragedia. Una novela que nos sacude, dejando ver ese enfrentamiento de clases y la violencia política del país. Aturde. Parece contradictorio mostrar con tanta belleza el gran horror.

Licenciada en Español y Literatura.

***

Mario Cárdenas*


El desbarrancadero, de Fernando Vallejo (Alfaguara, 2001)
La crónica de una extinción imposible, de la reproducción de una  familia que puede ser una ciudad (Medellín) o un país (Colombia). Un retrato de una peste que se expande con vicio y Maldad.


Los ejércitos, de Evelio Rosero (Tusquets, 2007)
Un retrato de la violencia sin sangre a la vista, fuera de bando, que no usa el horror como personaje atractivo. Una novela con pequeñas tragedias, de combates cotidianos.

Los derrotados, de Pablo Montoya (Sílaba, 2012)
Una novela con historias al margen, donde el fracaso es ante la Historia que cose un mundo y una patria perdida. Los derrotados es una contribución a la historia que rompe de a poco con el monopolio de la Historia oficial.


Los estratos, de Juan Cárdenas (Periférica, 2013)
Un viaje a un pozo sin fondo, la fuga de un personaje que se dilata entre en centro y la periferia. Una lectura entre líneas de aquella vorágine que aún perdura.


Los hermanos Cuervo, de Andrés Felipe Solano (Alfaguara, 2012)
Una historia contada a través de muchos géneros; el ciclismo como narrativa, la vida excéntrica de unos hermanos y una posible enciclopedia. Una cartografía por un país desconocido.

Librero.

***

JJ. Junieles*


El Eskymal y la Mariposa, de Nahum Montt (Alfaguara. 2004)
Personajes inolvidables que nos revelan a una Bogotá ocultada e ignorada, en un período decisivo de nuestra historia nacional.


Al Diablo la maldita primavera, de Alonso Sánchez Baute (Alfaguara, 2003)
Una voz narradora que construye el relato con una naturalidad y persuasión que nunca decae. Abrió las puertas para que muchos descubrieran nuevas formas de vivir y sentir.

Después y antes de Dios, de Octavio Escobar (Pretextos, 2014)
Aparta la cortina moral para descubrimos como tras la religiosidad y cortesía ciudadana, crecen: corrupción, avaricia y envidia.

Disturbio, de Miguel Manrique (Planeta, 2009)
Con humor y sátira se critica la enseñanza de la literatura, y descubrimos el mundo universitario por dentro, algo que todavía muchos desconocen.


 El último donjuán, de Andrés Mauricio Muñoz (Seis Barral, 2016)
 Nos cuenta un presente al que todavía intentamos sobrevivir. Relaciones humanas intensas en una construcción narrativa eficaz.

Poeta y narrador.



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