Asedios verbales colombianos




Jaime Andrés Rivera Murillo

La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, en el ensayo “La metamorfosis del cuento” asevera: El escritor de cuentos contemporáneos no narra sólo el placer de encadenar hechos de una manera más o menos casual, sino para revelar qué hay detrás de ellos; lo significativo no es lo que sucede, sino la manera de sentir, pensar, vivir esos hechos, es decir, su interpretación”. Así las cosas, el cuento en nuestros días pasa de ser la simple narración de un suceso con principio, nudo y desenlace, para convertirse en la expresión de un sentimiento, una escena o flash de un momento en específico o incluso, un estado espiritual. Estos elementos parece tenerlos en cuenta el periodista Ángel Castaño Guzmán quien, en esta ocasión, hace las veces de compilador de los relatos de Asedios Verbales, libro presentado por Pijao Editores y objeto de esta reseña.

Castaño Guzmán afirma en el prólogo que estos cuentos fueron compilados con dos propósitos: presentar el trabajo de un grupo de escritores jóvenes colombianos y, asimismo, dar a conocer autores ajenos a los circuitos editoriales masivos. Finalmente, el compilador invita al lector a separar la paja del trigo, tarea que procederé a realizar a continuación. Para fines de la reseña, dividiré los cuentos en tres capas, a saber: los cuentos muy buenos, los que tienen ideas originales y los cuentos fallidos.

No es casual que en este primer grupo se encuentren los autores más reconocidos en el panorama literario nacional. El mejor cuento, a mi juicio, es “Carne”, del escritor antioqueño David Betancourt. Desde una mirada ingenua y casi infantil, narra la historia de un caníbal en primera persona. En tan solo siete páginas, el antioqueño logra meternos en la piel del narrador, y sin justificar los actos del mismo, entendemos la psiquis de este personaje perturbado. En redes sociales, a Betancourt se le conoce como el Mike Tyson del cuento en Colombia, un apodo que le cae como anillo al dedo. Su escritura es ágil y contundente, cual golpe de pugilista.

A este primer grupo también pertenecen los relatos de otros autores con experiencia: “Primero de octubre” de Paul Brito, una reminiscencia de su madre fallecida; “Juliana tiene mundo” de Andrés Mauricio Muñoz, un drama cotidiano no exento de comedia, con el estilo que el escritor payanés nos tiene acostumbrados; la peripecia de un académico devenido sacerdote en “Noches de Hiroshima” de Joseph Avski; “Vertical, seis letras” del quindiano Jerónimo García Riaño, un cuento con un engranaje perfecto, con vuelta de tuerca incluida y “La visión abisal” de Orlando Echeverri, un cuento corto pero eficaz sobre un incidente en el desierto guajiro colombiano.

El segundo grupo que propongo contiene los relatos con ideas originales, que si bien no logran ser perfectos, tienen entidad suficiente para defenderse por sí solos. El más llamativo es el del escritor vallecaucano Jair Villano, un jovencísimo autor de 24 años que en su cuento “¿Por qué no lloras?”. Logra transportarnos a su Cali natal, y a sus amores adolescentes. El relato narra la conquista de la mujer admirada por el protagonista, y su posterior desencanto con la relación. Y de qué manera lo logra. Este cuento es el más largo de la compilación (20 páginas). Con un poco de edición, el relato sería perfecto. También están las propuestas de Liliana Guzmán y Andrés Galeano, con los cuentos “¿Será?” y “El día que perdí la oreja izquierda” respectivamente. Son cuentos que manejan el suspense y el terror, con pinceladas gore y un ritmo cinematográfico el primero, con un barniz de elementos del absurdo el segundo. También resalto en este apartado el cuento “Burocracia”, del caldense José Hoyos, un relato con ecos de “El proceso”, esa nouvelle de Franz Kafka que roza la perfección.

Un tercer grupo, es el que denomino los intentos fallidos. En esta categoría están los cuentos de los autores menos conocidos. Por ejemplo, los relatos “Cuento con personaje” y “Los pájaros no miran de lado”, de Carolina López Jiménez y Juan Felipe Gómez, no van más allá de ser ejercicios escriturales, de esos que ponen en los talleres de creación literaria. Más interesante es el relato “Confesión de Rosa con alma-negra”, del risaraldense Jáiber Ladino. Es una historia de corte histórico, con una buena utilización del lenguaje, que tristemente se pierde en cuestiones estilísticas. “Hitchcock” de Yeni Zulema Millán, nunca logra desarrollar su idea.


Sin embargo, hay buena literatura en “Carne”, en “Primero de octubre”, en “Vertical, seis letras”, en “¿Por qué no lloras?”, entre otros. Esta compilación es una muestra fehaciente de que el panorama de la literatura joven colombiana es prometedor, pues son autores que respetan el oficio. En el prólogo, como ya se dijo, Ángel Castaño invita al lector a separar la paja del trigo, con la esperanza que la paja sea poca y el trigo abundante. Con alegría, debo decir que ese cometido se logra.

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