J. Ladino Guapacha*
Algún profesor, ante esa agenda cristiana que parece haberse reducido a una guerra
ideológica contra la comunidad LGBTI, hablaba de que quizá la literatura
pudiese ayudar un poco facilitando la compresión del otro, el respeto por su
dignidad humana. Quiero contestarle a él y a muchos otros que quizá tengan la
misma inquietud con tres recomendaciones iniciales, una sugerencia y una
observación. Va primero ésta última:
Estimado profesor, ese debate que usted propone toca
darlo acá, de esté lado de la geopolítica, donde las creencias son fantasías,
donde hay menos fe y más ley, menos teología y más sermón. Ese tema está de
moda porque aquí los protestantes son menos que los católicos y los
neopentecostales. Y espero que recuerde lo que en términos financieros
significa ese indicador.
Ahora bien, mi recomendación inicial es que no le
tema a la Biblia. Sin prejuicios y sin querer obligar al texto a decir lo que
no está escrito. Recorra ese personaje con el que los judíos fundaron su reino,
David, tan fuertemente amado por otro varón: “…el alma de Jonatán se apegó al
alma de David, y lo amó Jonatán como así mismo… Se quitó Jonatán el manto que
llevaba y se lo dio a David, su vestido y también su espada, su arco y su
cinturón…”. Seguramente tendrá estudiantes cristianos que le dirán que, usted
tergiversa el espíritu de los versículos porque allí no hay mancha de pecado, se
trata de una alianza guerrera, entre dos varones que han encontrado gracia y
bendición delante de Dios. Sí, claro, se trata de una amistad que pasa por
encima de los celos del rey, quien en un momento le dirá a su hijo, a Jonatán:
“¡Hijo de una perdida! ¿Acaso no sé yo que prefieres al hijo de Jesé para
vergüenza tuya y vergüenza de la desnudez de tu madre?”. Cuando David lamente
la muerte de los dos, de Saúl, el padre y de Jonatán, el hijo, dirá: “Lleno
estoy de angustia por ti, Jonatán, hermano mío, en extremo querido. Tu amor fue
para mí más delicioso que el amor de las mujeres”.
Con esta historia abre posibilidades: Quizá haya una
forma del amor entre dos varones que el Dios del Antiguo Testamento permita.
Sin sexo, le dirán los fundamentalistas. Sin sexo, aceptemos. Los matrimonios
heterosexuales nos recordarán que la frecuencia del sexo tiene sus etapas,
tendiendo a ser menos frecuentes con el tiempo. La psicología, la antropología,
la literatura, la sociología, la historia, nos dirán que incluso el ejercicio
de la sexualidad pasa a un segundo lugar para que exista lo que llamamos
civilización, pero que lo único que no se extirpará jamás será el deseo. Deseo
que pueden sublimar los cristianos, como lo enseña el apóstol Pablo: ahí lo
vemos, yendo de Jerusalén a Roma, a Atenas, a Corinto, acompañado de algún otro
muchacho que le sirve de secretario, de copista, de criado. Y es él quien
difunde en gran medida el cristianismo. Una gran lección moral la de la Biblia
¿no? Dos hombres, con una profunda conciencia de su amistad, al servicio del
Reino, pidiendo a Dios su bendición, conquistan los terrenos que les son
inhóspitos. Siempre y cuando no olviden a Dios, no sea que les pase como a los
personajes de esa novela chilena Pasión y
muerte del cura Deusto, de Augusto D’halmar, en la que podemos ver cómo el
sacerdote y su sacristán se dejan llevar más por el deseo, dejan los ritos
vacíos de significado, el dinero y la fama corrompe la pureza del alma y viene
el desastre.
La segunda recomendación literaria también carece de
escenas explícitas que lo pongan en situaciones difíciles. Se trata de Maurice de E. M. Forster. Un clásico de
la literatura. Escrito hace 100 años, permaneció en la gaveta durante dos
guerras mundiales por respeto a la madre del autor. Ahora que tenemos acceso a
él podemos ver a esos jóvenes formados en institutos religiosos, temerosos de
los filósofos griegos, esquivando el gusto musical por Tchaikovski para evitar
que otros encontrasen “afinidades”. Maurice
nos recordará como durante la adolescencia es posible que la amistad entre
dos jóvenes, se haga más profunda en uno que en el otro. Uno, que a pesar de
los años, tendrá nostalgia de esas aventuras que otro chico puede compartir y
entender más fácil que una chica.
La tercera se llama Hombres sin mujer de Carlos Montenegro. He querido llevarlo,
compañero, por obras en las que el sexo no es lo importante y creo que ésta nos
lo demuestra más. En los patios de un penal, cuando un hombre está a punto de
terminar la sentencia y podrá regresar a su casa, aunque le han pasado los años
y no ha sucumbido ante la facilidad de irse con otro presidiario, de pronto
aparece el joven indefenso que necesita aprender a sobrevivir en ese ambiente
hostil de la cárcel, y él, Pascasio, será el encargado de prepararlo, incluso,
si tiene que vencer a la muerte.
Son muchos más los textos que podrían servirle. Pero
cuestiones de tiempo y espacio nada más me dejan llegar con estos tres. Mi
sugerencia profesor es que conozca Un
beso de Dick de Fernando Molano Vargas, para que conozca mejor a sus
estudiantes. A todos, y en especial, a los que asumirán, contra padres, madres,
profesores, compañeros, iglesia, Estado, biblias, constituciones, derechos,
índices de lectura, reforma tributaria, plebiscito y demás, su amor por otra
persona del mismo sexo.
Aquí, profesor, tres propuestas sencillas, cuyos
personajes y lenguaje, le permiten introducir el tema de la población LGBTI,
sin polemizar en la aridez, pues si los cristianos son de aquellos que conocen
sus textos, seguramente recordarán que: “La
caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas.
Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra
profecía. Cuando venga lo perfecto desparecerá lo parcial. Cuando yo era niño,
hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre,
dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en un enigma. Entonces
veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré
como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas
tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”.
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*Novelista colombiano
Y uno se pregunta ¿por qué coños (o por qué culos) Ladino Guapacha no publica más a menudo? Es un grande. Siempre lo admiré, y lo sigo admirando.
ResponderEliminarC. Alzate.