Por Aurora Osorio
Trashumantes de la guerra perdida. Jorge Eliécer Pardo. Caza de libros- Pijao Editores. 502 págs. 2016.
El
escritor tolimense Jorge Eliécer Pardo (1950) exhibe desde hace varios lustros la
pericia de conjugar ficcionalmente el trasfondo histórico con el drama
humano. El jardín de las Weismann, su
ópera prima, publicada en 1979, inicia este fecundo ciclo narrativo. Amparada
en el escenario de la guerra, esta novela corta, ostenta ambos ingredientes. Receta
poco común para las lejanas novelas de violencia que colmaron editoriales
colombianas, de una vasta compilación de masacres y asesinatos al mejor estilo
de la crónica roja.
El
acierto de Pardo es significativo. Desde un inicio recuperó zonas postergadas
de la violencia y las trasladó a la ficción; ocupándose de pasajes inadvertidos
que se hallaban justo en el terreno de lo cotidiano. Su interés se afincó en
los seres anónimos que permanecían dentro del radar de la guerra, y renunció al
frecuente inventario de tumbas y crímenes. En suma, localizó la fiebre en el
cuerpo y descartó las sábanas.
Pese
a esto, cerca de dos décadas le estimó a Pardo retomar la ficción histórica.
Títulos como Irene o Seis hombres una mujer (1992),
pertenecen a una pausa temática en el estilo del escritor. El silencio
narrativo que deviene posteriormente corresponde a una extensa etapa de
formación. Pardo es consciente de sus vacíos históricos y por ello adelanta un
paciente estudio sobre el pasado de Colombia. Esta inmersión no sólo escudó su
flanco desprotegido, así mismo, aguzó su reflexión sobre el fenómeno de la
guerra, entendiéndola como la suma de voces, testimonios y recuerdos de una
colectividad de actores directos e indirectos.
Esta
visión totalizadora, se convierte en la piedra de toque para la concepción del Quinteto de la frágil memoria, saga que, según
aclaración del propio autor, avanzará progresivamente a través de los diversos episodios
políticos y sociales de la historia de Colombia. El pianista que llegó de Hamburgo y La baronesa del circo Atayde, dan las primeras puntadas a este
recorrido ficcional.
Trashumantes de la guerra perdida, novela de largo aliento, se convierte en la tercera
entrega de la serie. El grueso de esta ficción condensa como eje interno los
episodios adversos de 1920 hasta 1970, vistos desde el bando de los vencidos.
Versión de seres periféricos que resisten en pueblos y ciudades del país las
diversas raciones de muerte y dolor que les tocan en suerte.
Esta
fecunda narración, impone a las tres generaciones de la familia Guzmán la
difícil labor de cosechar el exilio, el periplo continuado y la incertidumbre
en el futuro, como si de un patrimonio genético se tratara. Y no sólo el clan Guzmán atraviesa este
infortunio; el suceso se reitera en familias despojadas de su techo y en
bandoleros populares. Hombres y mujeres signados bajo el estigma del
desplazamiento.
La
guerra bipartidista, la dictadura de Rojas Pinilla, los desmanes de Laureano
Gómez, la conformación de movimientos insurgentes y la resistencia armada, pertenecen
a la larga lista de sucesos que contempla Pardo a través de los Guzmán, familia
de corte liberal que comienza a separarse debido al conflicto. Personajes que
engrosan tres de los caminos que se tomaban en aquella época: la lucha armada,
el éxodo a las capitales y la negativa del despojo. Benedicto, patriarca de los
Guzmán decide permanecer en el Líbano, junto a su esposa e hijas a pesar de las
amenazas constantes. Mientras que dos de sus hijos adoptan otros destinos. Pablo
Emilio, arriba a la capital por temor a represalias mayores y Ángel Alberto junto
a su familia se convierte en combatiente clandestino.
Pardo,
avanza con rapidez. Completa el círculo de la guerra con la inclusión de los
asesinos en su ficción. Rastrea en estos personajes, lo que García Márquez en
su análisis al género de la violencia denominó “El drama detrás del fusil”, y
explora este aspecto a través de un terreno colmado de invenciones y leyendas
populares. Presenta a hombres como Desquite,
Sangrenegra o Chispas, encadenados a una existencia dramática, adversa; como evidencia
de la derrota anticipada a la que estaban expuestos.
Por
otro lado, en la novela concurren variedad de voces: las del erotismo, el
miedo, la inconformidad, la desesperanza, pero en pocas ocasiones se congregan
las expresiones de soledad; la guerra vista desde la perspectiva de Pardo
convoca a una espera colectiva, suerte de gregarismo, de recogimiento íntimo
que posibilita la conexión con el prójimo que intenta, a su vez, superar la
crisis.
No
sólo el drama del desplazamiento, de la trashumancia acompaña a los personajes.
Su cielo nublado logra esclarecerse parcialmente. Formas humanas que ocasionan
momentos de amor, esperanza y repentina felicidad equilibran la balanza.
Episodios que matizan los odios, y permiten la apertura de la ventana celestial
que divisa Tulita a través de los nevados más allá del Líbano.
Trashumantes de la guerra perdida se convierte no sólo en una acertada reflexión
sobre los odios y esperanzas sustentados en la guerra, a su vez, se presenta
como la manifestación del recuerdo; suerte de negativa a posponer nuevamente el
lugar de la memoria en la historia de Colombia.