Luis Carlos Barragán |
Por Aurora Osorio
Vagabunda Bogotá. Luis Carlos Barragán. Cámara de comercio de Medellín para Antioquia. 257 pág. 2011
Un
robo, una parada en la estación de policía, y la narración comienza. Luis, el
protagonista, ha sido la víctima pero es acusado como el ladrón. Con esta serie
de equívocos, de pasos en falso se va alimentado Vagabunda Bogotá (2011), novela que aparenta concertar la imagen de
la urbe a través de una crónica cargada de merodeos interminables y detalles
excéntricos, y que no obstante sustituye paulatinamente este universo citadino
por uno de ciencia ficción, con tópicos por la teletransportación y los avances
tecnológicos.
A
este espacio colmado de naves espaciales, física poscuántica y misiones
interplanetarias se incorpora un ingrediente humano; el amor. Los dramas del
corazón con sus romances malogrados o en crisis conquistan un espacio
considerable en la novela de Barragán, de modo que estos contienen en su interior
los rumbos de una narración que constantemente oscila su brújula hacia planetas
como la Tierra, Urano o el satélite Ganimedes.
Pero
este ambiente futurista, a su vez, es solo una salida decorosa, una escapatoria
paralela que crea el protagonista tras sufrir una ruptura amorosa, concentrando
en la ciudad fría y en ocasiones monótona la fuerza de su desvarío imaginativo.
El estado de ánimo de Luis, siempre expectante, fusiona a Bogotá con elementos
sórdidos y excesivos que la trastocan para hacer de este cosmos ficcional un
terreno fragmentado donde se legitima a personas que flotan inconscientes, a asesinatos
inmobiliarios y objetos parlanchines.
Luis,
transita por todo este territorio ambiguo con el objetivo de reencontrar a su
pareja. Una suerte de odisea romántica en el espacio, donde el melodrama viene
acompañado de una reflexión constante sobre la vida; aspectos como la soledad o
los recuerdos se convierten en ocasión propicia para el examen de una sociedad
moderna, verbigracia, la enfermedad del olvido, idea que extrae de García
Márquez, y que reelabora a través de un tratamiento mordaz, siempre atento a detalles
que recalan en la exageración: “Se supo
que Jesús también olvidó quién era. Luego se dejó de saber, porque todos lo
olvidamos.”
Ese
tono que evade la solemnidad, que se vincula con la crudeza en el lenguaje,
construye un escenario donde el desencanto y las contrariedades quedan mitigados
gracias al ridículo, un humor que sin ser benigno en todas las oportunidades permite
enfrentar la complejidad de la vida a través de una levedad paródica: “A lo mejor resulta mejor morir así. En los
brazos del amor, con un disparo en el corazón, siendo un espía o algo así, como
en el cine, porque soy una persona con déficit de imaginación, soy un espía que
tiembla por un balazo, que cojea hacia una puerta secreta, un héroe que se
desploma…”
Un
rasgo característico en la narrativa de Barragán se basa en la experimentación;
cualidad que se extiende tanto en el fondo como en la forma de su novela, los
conceptos y límites se diluyen gracias a su lenguaje despreocupado, a su
poética de la calle como él mismo afirma; su irreverencia le permite
caricaturizar y juzgar algunos autores insignes, como en el caso de Kafka o
Flaubert, sin que lo expresado sea considerado como un despropósito: “(Cuando Luis Barragán se despertó una
mañana después de un sueño inquieto, se encontró en su cama transformado en una
monstruosa nevera Nevecón.)” o “Cuando Luis Barragán se despertó una mañana
después de un sueño inquieto, se encontró en su cama transformado en una monstruosa
servilleta.”
Esta
novela, puede ser considerada así mismo como un ejercicio de franqueza, un
espacio diseñado para los voyeristas, mirones que simpatizan ante un inventario
de anécdotas y experiencias sexuales colmadas de singularidad. Caso similar
ocurre con su construcción narrativa, Barragán no tiene reparo en enseñar el
andamiaje interno de su texto; las incertidumbres, procesos y elecciones que
debe tomar como escritor, tal es el caso de la larga lista de títulos posibles
para su novela: “Diccionario de
obsesiones”, “Rock para flotar en el espacio”, “Diario espacial para
solteros tristes”, “Estación Urano” o “Un olvido de arena”, opciones que conforman
el catálogo de más de veinte títulos que compiten por condensar la esencia de su
novela hibrida, desmesurada, que en síntesis
contiene una reflexión sobre el sentido de la vida; un significado de la
existencia que Barragán conjetura a través de la parodia y la exageración, y
que encuentra su respuesta justo en las pasiones humanas, en los sentimientos
más profundos, esos que congregan a una unión sincera.
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Vagabunda Bogotá, ópera prima del joven escritor Luis
Carlos Barragán, ha cosechado al menos dos distinciones que la posicionan en el
panorama literario, Ganadora del X Concurso Nacional de Novela y Cuento, 2011,
organizado por la Cámara de Comercio de Medellín y Finalista del Premio
internacional Rómulo Gallegos, en el año 2013.