Por Sebastián Rozo
Desde hace algunos días me he entregado a la
relectura y análisis de una obra que me ha resultado muy interesante y con
grandes posibilidades. Su autor, a quien conocí en 2006 cuando cursamos juntos
el Taller de Escritores de la Universidad Central (TEUC), es payanés. Llama la
atención que pese a su estupenda obra, aún se puede considerar como un escritor
relativamente desconocido, lo que de seguro obedece a que el camino aún es
joven para él y no a la calidad de su escritura.
La
obra a la que me he dedicado con bastante disciplina, pues he pretendido
desentrañar algo que generalmente no se ve en una primera lectura, es nada
menos que Un lugar para que rece Adela,
cuentos de despojo, de Andrés Mauricio Muñoz. Una colección de siete
cuentos que, en su trasfondo, recuerdan al gran Raymod Carver. Publicada en el
mes de marzo de 2015 por la Editorial Universidad de Antioquia, en tan solo un
año ha recibido un considerable número de críticas favorables, tanto de la
prensa como de la crítica especializada, de algunos escritores e incluso de la
propia academia. No en vano la emisora del Instituto Caro y Cuervo dedicó todo
un espacio para hablar de esta obra, con más profundidad y pertinencia, en una
entrevista realizada al autor.
Debo
confesar que he sido seguidor de Andrés Mauricio Muñoz desde que tuve en mis
manos el primer cuento que le conocí. Tibaduiza
espera a Diógenes Almeida fue el cuento que, como ejercicio final en el TEUC,
Muñoz presentó y dejó a disposición de sus compañeros de taller; aunque para
entonces el titulo era El cuento de
Tibaduiza, cuya copia autografiada aún conservo con bastante celo. Este
cuento vine a descubrirlo luego, ya cursando mi carrera de Estudios Literarios
en la Universidad Nacional, junto con otros de impecable factura recogidos en
su libro Desasosiegos menores, que
ganó la VI edición del Concurso Nacional de Libro de Cuentos UIS en 2010, y que
posteriormente fue titulado Hombres sin
epitafio. Pero antes de tener en mis manos, ya editados, los libros que he
mencionado antes, fue por el año 2010 cuando tuve la oportunidad de leer su
cuento Pierna obstinada, que obtuvo
el primer lugar en el Premio Literario Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Este
cuento, debo confesarlo, además de producirme un ataque de risa, como su
protagonista, me confirmó la gran calidad de la narrativa de este autor e hizo
que me entusiasmara aún más por su obra. No he desistido desde entonces de
mantenerme atento a cualquier publicación o logro suyo, y esa es la razón por
la que tengo sobre mi escritorio su libro Un
lugar para que rece Adela, cuentos de despojo, del que ya he culminado la
tercera relectura.
En Un lugar para que rece Adela, cuentos de
despojo, si bien se vislumbra como en sutil pincelada la narrativa de
Raymond Carver, también se evidencia que su autor solo tomó de esta lo
estrictamente necesario, aprovechando cualquier influencia sin necesidad de
recurrir a la imitación y, sobre todo, como algo destacable en la obra de
Muñoz, logrando su propio estilo. En mi sincera opinión, diría que la obra de
Andrés Mauricio Muñoz es un poco la prolongación de la de Carver.
Jesús
A. Pieters Fergusson, en su libro El
silencio de lo real, otorga a la obra de Raymond Carver el calificativo de
“difícil”, y así es, sin duda. No se puede decir que la obra de Muñoz también
sea “difícil”; nada de eso. Por el contrario, la obra de Muñoz resulta cómoda,
fácil de comprender; sin embargo, esto no sucede en la primera lectura, es
necesario hacer una segunda, por lo menos, para no solo comprenderla en otro
nivel —el nivel que pretende y busca el autor—, sino disfrutarla plenamente. Y
es que si la obra de Carver está cargada de insatisfacción —de frustración—, la
de Muñoz es esperanzadora.
Veamos
por ejemplo los personajes de Muñoz, que pertenecen a la clase media o media
baja, como los de Carver. También se encuentran inmersos en la cotidianidad, en
cierta rutina; pero en esto Muñoz toma distancia de Carver y parece que lo hace
con intención, porque sus personajes, a pesar de la rutina, no se frustran,
sino que vislumbran una lejana esperanza. En Carver los personajes quieren
escapar de la vida que tienen, y al no poder hacerlo caen en una especie de
parálisis y de impotencia que les ocasiona frustración. Pero los personajes de
Muñoz no pretenden salir de esa rutina; o, por lo menos, no es algo que los
trasnoche; y no es que no les importe, es solo que, en cierta forma, son
conformes con lo que tienen; no porque les resulte bueno, sino porque llevan
sobre sus hombros, y aquí otra vez la palabrita, la esperanza de que algo suceda, la idea de lo que pudo haber sido. Es
decir, se aferran a algo que les motiva a vivir en su rutinaria y cotidiana
vida, y eso no es otra cosa que la posibilidad.
Para
Aristóteles —en su Poética— la
identificación se da por terror o por piedad. Si en Carver esa identificación
tiene que ver con el terror de lo cotidiano y la impotencia ante las cosas del
mundo, que desemboca en la frustración y el vicio, en Muñoz la identificación
se da por la piedad que otorga esa esperanza que se vislumbra allá en
lontananza, donde se encuentra la posibilidad:
es posible que sí hubiera sido Leo Dan; es posible que Adela sí era para
Abelardo la mujer de su vida; es posible que Miguel no haya perdido a su amiga
Adriana y todo vuelva a ser como antes o quizá mejor.
En
Raymond Carver es evidente una evolución narrativa. El Carver de Quieres hacer el favor de callarte, por
favor, no es el mismo de De qué
hablamos cuando hablamos de amor; entre
uno y otro se encuentra una distancia significativa: en su segundo libro vemos
un Carver mucho más radical; alguien a quien le importa más la situación que la
propia narración. Esos cuentos resultan mucho más contenidos y concisos. Carver
se muestra mucho más austero. Así también ocurre en Andrés Mauricio Muñoz. El
Muñoz de Desasosiegos menores o Hombres sin epitafio, resulta no ser el
mismo de Un lugar para que rece Adela,
cuentos de despojo. Sin atender demasiado a su primer libro de dos títulos,
es preciso decir que curiosamente, pues no advierto aquí algo intencional,
Muñoz parece seguir el mismo camino evolutivo de su maestro Carver. Basta con
dar una mirada a Carolina ya no aguanta
más, cuento de su primer libro, donde la protagonista presenta todos los
síntomas de la enfermedad denominada “personaje carveriano”: insatisfacción,
impotencia, incomunicabilidad, frustración y, además, el final del cuento que
no concluye nada; y luego mirar, por ejemplo, Un trozo de natilla para Bernardo, cuento de su segundo libro, Un lugar para que rece Adela, cuentos de
despojo, donde Muñoz es también mucho más austero y conciso, demostrando,
al igual que Carver, más atención en la situación que en la propia narración;
aunque, vale aclarar, sin descuidar esta última. Pero en su camino evolutivo,
Carver no queda solo en su segundo libro; es evidente una gran evolución hacia
un tercer Carver que se muestra en su tercera publicación, Catedral; allí demuestra el autor norteamericano, entre otros
recursos, un humor mucho más fino, una reafirmación de la ironía y la metáfora de situación que resulta mucho más concisa.
Podría decirse que en los cuentos de Catedral,
para el lector atento y experimentado, se vislumbra en la profundidad —o acaso
en lontananza— una sutil esperanza. Así también en Muñoz; solo que él consigue
esa esperanza desde su segundo libro, el más reciente.
No
sé si es que desde sus orígenes como escritor, Muñoz ya pretende esa narrativa
de esperanza —de que algo suceda o de
lo que pudo ser—, que se aferra a algo que motiva a vivir entre la rutina y la
cotidianidad; es decir, esa cosa que es la posibilidad.
Lo cierto es que ya en algunos de sus primeros cuentos, pero sobre todo en este
último libro Un lugar para que rece
Adela, cuentos de despojo, la obra de Muñoz se percibe como aquella del
último Carver; y, aunque con algunas distancias, no deja de sentirse a un
Andrés Mauricio Muñoz un poco como Raymond Carver.
Ahora
bien, haciendo un rápido paso sobre los cuentos de Un lugar para que rece Adela, cuentos de despojo, se puede decir,
por ejemplo, que tres de sus cuentos obedecen más a la arquitectura de la
novela. O por lo menos en estos Muñoz se vale de recursos que suelen ser propios
de este género literario. Son estos: Un
lugar para que rece Adela, Cuestión
de registro y Una tumba en el parque.
Dice Alberto Salcedo Ramos en la contraportada del libro que: “Tiene —Muñoz—
una gran pericia que le permite desarrollar las tramas a través de canales
narrativos paralelos, o dando saltos audaces en el tiempo, o fundiendo el
diálogo de los personajes con la voz del narrador”. Salvo Cuestión de registro y Un trozo
de natilla para Bernardo, que presentan un narrador en primera persona, los
cuentos se valen de un narrador omnisciente.
En
estos cuentos de despojo hay una característica
común, dice también Salcedo Ramos en la contraportada: “los personajes siempre están
perdiendo algo: el amor, la cordura, la tranquilidad, la vivienda, la familia”.
Pero si en los personajes de Carver hay depresión, en los de Muñoz hay
melancolía: a Adela “le molesta recordar que a ninguno pareciera importarle la
posibilidad de que un buen día ella amaneciera mirando para adentro” o “quiso
creer, sin mucha convicción, que a lo mejor fuera este un acto de absoluta
sensatez: partir cuando la vida no nos ha dado más que un par bofetadas”; a
Fabián “ese futuro que tanto anheló lo tiene ahí sentado en ese andén”; Álvaro
y Verónica “de alguna manera ambos, sin que fuera necesario hacerlo explícito,
sabían que los dos encarnaban la suerte del camino no tomado; para ambos era
importante estar al tanto de cómo era la vida del otro sin el otro”.
Lo
cíclico también es protagonista en este libro, aquí los acontecimientos tienden
a repetirse y en algunos casos hasta sirven en el proceso de expiación. Así,
por ejemplo, vemos a Mónica (hija de Adela) repitiendo la historia de su madre,
embrollada en una relación con “un hombre casado que ejerce sobre ella una
atracción desconcertante”; o al protagonista de Cuestión de registro, quien asume, al final del cuento, el rol del
cortinero y parece que repetirá toda la historia desde esa nueva posición, aunque
esto queda implícito. Otra característica que hace parte del estilo de Andrés
Mauricio Muñoz es el alejamiento de lo burdo, de ese artificio que ahora parece
imprescindible en muchos autores. Nada de eso, Muñoz es sutil en cuanto al
tratamiento de aspectos significativos como el sexo o la violencia. Basta con
decir, por ejemplo: “Ambos sabían a qué iban y a eso fueron”, para referirse a
la noche en que Adela y Abelardo hicieron el amor por primera vez; o “un
camión, repleto de madera y con su padre adentro, se despeñó por el
desfiladero”, para referirse a la muerte trágica del padre de Adela. Este
tratamiento sutil e implícito que hace Muñoz del sexo y la violencia, son
evidentes desde sus primeros cuentos, solo basta dar un vistazo a Pierna obstinada o Carolina ya no aguanta más.
Hay
una clave que quizás determina esta obra de Muñoz. Por coincidencia, o acaso
providencialmente, justo en la mitad del libro —página 65—, el protagonista del
cuento Cuestión de registro se
refiere a un libro que compró en el pasado en un aeropuerto; dicho libro, de
“superación personal”, tenía como título: Si
lo puedes imaginar, entonces es posible. La primera apreciación que hice
sobre la primera lectura de Un lugar para
que rece Adela, cuentos de despojo, le ponía a esta obra el rótulo de “optimista”.
Algo así como que los personajes personifican una especie de zorra de las uvas;
porque la esperanza allí está más cerca de lo que pudo haber sido, que de lo
que puede ser. Los personajes, en especial los protagonistas, son como una
especie de perdedores, despojados, resignados, pero también soñadores e ilusionados:
saben que ya perdieron pero se conforman con los recuerdos; peor aún, con los
recuerdos de la posibilidad, de lo
que pudo ser y no fue o no será.
La
presencia de las hormigas en dos de los cuentos de este compendio
definitivamente no es gratuita; los pasajes de las hormigas representan un
hecho providencial —el destino—, que aquí supone la posibilidad de Dios y
hombre como uno solo. En el cuento Adriana
en el andén, Fabián, haciendo las veces de Dios, “Tiene una ramita en la
mano izquierda y se esmera en perturbar la marcha de unas hormigas que entran y
salen de un pequeño orificio en el cemento”; aquí el hombre se ve reflejado, o,
acaso, representado en esas hormigas que son presionadas por una fuerza
superior—Dios—; pero también
se percibe ese mismo hombre como Dios mismo, porque es él quien determina el
destino de esas hormigas ejerciendo esa presión sobre ellas. Más adelante, “…Fabián siente cómo algo le ensombrece la
mirada, distraída en ver cómo las hormigas han comenzado a treparle por la mano”.
En el cuento Cuestión de registro, donde se repite la escena de las hormigas, Muñoz
es más preciso: “Parecía, en cambio, estar bastante entretenida viendo cómo me
dedicaba a obstruir el camino de las hormiguitas, que por uno y otro lado se esmeraban
en sortear mi ramita”. Aquí las hormigas “sortean” su destino —se vislumbra la
esperanza—; el Dios-hombre es más explícito, se percibe la fuerza que trunca,
pero también la posibilidad de
sortear y dar un giro para seguir el camino. Esa posibilidad que, como ya lo he mencionado, encarna la esperanza de lo que pudo haber sido, más
que de lo que puede ser.
Tal
vez —solo tal vez— el más carveriano de los cuentos sea el último de la
colección; en Una tumba en el parque,
Miguel tiene que cargar con Roberto, que físicamente es el perro, pero
emocionalmente es el novio de Adriana, su mejor amiga. Miguel es un personaje
típicamente carveriano, cargado de incomunicabilidad y de frustración. El tipo
no puede menos que llorar cuando siente que descarga de encima de sus hombros a
Roberto —perro y novio—. Cuando esto ocurre, Adriana está ahí para consolarlo.
La esperanza es implícita. La posibilidad
fluye con el llanto.
Pienso
que aún falta mucho por desentrañar en la obra de Andrés Mauricio Muñoz. Siento
que me he quedado bastante corto en cuanto a las posibilidades que tiene. Sin
duda, comparto la opinión de Alberto Salcedo Ramos: “Un lugar para que rece Adela, cuentos de despojo, es uno de los
mejores libros de cuentos colombianos de los últimos tiempos”. Y estoy seguro
de que, en cuanto a su autor, nos encontramos frente a un gigante de la nueva
literatura colombiana.