El papel del recuerdo en el cuento El Aleph, de Borges



Por Juan Sierra Hernández*

En El Aleph (1949) hay un intento por recuperar la imagen de Beatriz (la cual se diluye con el paso del tiempo y no se puede recuperar en su totalidad) a través de la memoria. Por eso el narrador visita la casa en donde ella vivió con la intención de reconstruir sus rasgos fisonómicos por medio de los cuadros que la retratan de múltiples maneras y en circunstancias diversas, así como también se relaciona con su primo hermano Carlos Argentino, un poeta que quiere nombrar el universo entero con sus versos, para que éste le transmita algo de la difunta que en vida fue objeto de su “vana devoción” (Borges 128).

En este sentido, en El Aleph hay una apuesta por el olvido en contraposición al arte que intenta, de manera vana y artificiosa, apresar la realidad sin que nada se le escape. Los versos de Argentino son un ejemplo de la pedantería de los poetas que quieren dar cuenta de todos los avatares de la existencia humana, resumir los procedimientos de todas las escuelas estéticas y hablarle a todo tipo de lectores: los “catedráticos”, los “helenistas” y los que tienen un “espíritu sensible” (Borges 131). El narrador, de cierta manera, enjuicia los propósitos de este escritor al decir que “el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable” (Borges 132). De ahí que el mismo narrador identifique a la literatura con las ideas pomposas e ineptas: es decir, con todo aquello que se filtra por medio de un molde racional o intelectivo que viola la pureza de la experiencia.

Por tal razón, el lugar común que identifica la estética de Borges con una erudición sin ningún propósito aparente, con las referencias cultas a las mitologías griegas y escandinavas, las citas en latín, los epígrafes en inglés y el conocimiento de las sabidurías orientales (Mahoma, Averroes), no tiene ningún asidero en una narración que tiene como objetivo, al contrario, poner en entredicho la capacidad de la poesía para dar cuenta de todos los objetos, temporalidades y perspectivas que conforman la realidad. De este modo, la enumeración que hace el narrador de todo lo que vio, de manera simultánea, en el Aleph que se encuentra en el sótano de la casa de Daneri no es una representación exhaustiva de lo que hay en el mundo, sino la demostración de la incapacidad del arte para cumplir con este propósito.

Lo anterior hace que cualquier lector desconfíe de los premios literarios que recibió Carlos Argentino Daneri, ya que sus poemas no están guiados por una memoria falible y precaria que nos da un rasgo, por más desdibujado y borroso que este sea, de lo vivido. Los escritos de Daneri se benefician de la trampa que implica ser testigo de todas las aristas de la realidad y consignarlas, sin el fracaso que implica todo intento de recordar algo, en unos versos casi sin fin. En El Aleph, como lo infiere Beatriz Sarlo con respecto a la obra borgeana, hay una crítica a las clasificaciones: “Las taxonomías que le gustan a Borges no ordenan nada porque son excesivas. Muestran la locura del orden, no su eficacia” (Sarlo, 2008). En este punto, se observa una fuerte crítica a la poesía que es reconocida por el establecimiento literario argentino, según lo deja ver la posdata del 1° de marzo de 1943 que está al final del cuento: funciona como una suerte de máquina que intenta ser la cifra del universo, pero deja ver su ineficacia para dar cuenta de la particularidad: “¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, la figura de Beatriz” (Borges 143).

Así entonces, la imagen que da Saúl Yurkievich de Borges como “un poeta intelectual, literario, por momentos culterano” (Yurkievich 123) lo convierte en un mero copista de las tradiciones literarias occidentales, lectura que desconoce los juegos tan sutiles que se encuentran en sus relatos, sobre todo en los detalles que pueden pasar desapercibidos en una lectura rápida de sus textos. Es innegable que en su obra hay una presencia del canon de la cultura europea, si se quiere. Sin embargo, hay aspectos que indican una posible ruptura de esas tradiciones. En La casa de Asterión, sin ir más lejos, está presente, a diferencia del mito original, la voz del minotauro que es el narrador-personaje y configura la historia desde su punto de vista; en El Aleph, el narrador-personaje concluye su relato al reconocer la porosidad de nuestra mente para el olvido y darse cuenta de lo etéreos que se le han hecho los rasgos de Beatriz.

Aquí el pliegue o lo que subvertiría esas tradiciones es el hecho de que en un cuento en donde se alude al “punto en donde convergen todos los puntos” (Borges 142), es decir, donde se conjugan todas las cosas, se hable de la imposibilidad de recordar a una mujer concreta que fue muy significativa en la vida del narrador ―a la que tal vez amó y por tal motivo no quiere apartarse de ella como ya lo ha hecho el “vasto universo” (Borges 128)―. Sobra decir que la enumeración que hace el narrador de todo lo que ve por medio del Aleph nunca capta lo esencial de Beatriz, sino objetos o personas que se refieren a ella de forma indirecta: las cartas obscenas que ella le escribía a Argentino y una reliquia que había sido suya.

Lo importante en la lectura de El Aleph es percatarse de que la única salida a esa máquina totalizante, a ese espacio que contiene toda la experiencia de la humanidad, es el recuerdo, así éste sea impreciso y no dé una visión definitiva de la persona a la que desea conservar en el presente. Es más, el mismo carácter vago de la imagen de Beatriz en la mente del narrador hace que sea suya y de nadie más; que a pesar de su opacidad no se parezca a ninguna otra ni sea comparable con la que tenga otra persona. Por eso no resulta extraño que, después de la visión del Aleph, hecho que emocionaría a cualquiera y lo llenaría de orgullo, el narrador diga que sintió “infinita lástima” (Borges 140). Tal vez la manera de hacerle frente al vasto universo que ya había olvidado a Beatriz sea por medio de un recuerdo intraducible que el Aleph no puede asir.

Ahora bien, Rafael Gutiérrez Girardot, en un ensayo titulado “Borges y la filosofía”, muestra una aparente contradicción en la literatura borgeana: por un lado, como está consignado en el poema Arte poética, el arte es “verde eternidad”; por el otro lado, es “inconstante” (87). La imagen que Borges tiene de Heráclito, “que es el mismo y es otro”, guarda una relación con la imagen del Heráclito de Nietzsche, la cual es una suerte de “autorretrato y núcleo de su filosofía del <<eterno retorno>>” (Gutiérrez 87). Lo que importa aquí es ver que la aparente contradicción que citamos arriba no es falta de pericia en el escritor, sino una forma más compleja de ver el arte:

Sería ingenuo suponer que Borges se contradice o que es intelectualmente incoherente. Una lectura atenta del poema <<Heráclito>> de La moneda de hierro y del <<Poema conjetural>> pondrá de presente que la identificación de Borges con Heráclito es paulatina, que va pasando línea por línea de la exposición del pensamiento central de Heráclito a la traslación de ese pensamiento a una situación personal. Eso no es, como aseguraría cualquier filósofo o filólogo a la violeta, una <<aplicación>> de la doctrina de Heráclito a una situación personal. La traslación paulatina que conduce a la identificación es, más bien, equiparable al movimiento con que se pone una máscara. El Heráclito que dice <<Yo, que tantos hombres he sido…>> implica la multiplicación de un rostro (Gutiérrez 92).

En la cita anterior se esbozan varios de los problemas que cualquier lector tiene cuando se acerca a las narraciones de Borges, en nuestro caso El Aleph. El primero de ellos tiene que ver con las nociones que se tienen de lo universal y lo particular. Es muy fácil decir que el nombre de Beatriz Viterbo, la mujer que es fruto de las devociones del narrador, es un calco de la Beatriz de la Divina Comedia. Sin ir más lejos, Dante no tuvo el menor contacto físico con ella pero la convierte en objeto del amor más puro, casi al punto de volverse el modelo de los escritores que subliman su pasión por una mujer concreta, con la que no tuvieron en la vida real casi ninguna relación. Si ahondamos en la biografía de Borges, vemos que existe una mujer, a quien está dedicado el cuento, que sostiene con el autor unos encuentros algo tormentosos y ambivalentes. Estela Canto, que era sexualmente activa, independiente y con ideas de izquierda, tuvo muchos desencuentros con Leonor Acevedo, la madre de Borges. Leonor sobreprotegía a su hijo de una manera casi obsesiva y además, cada que se encontraba con Estela, hacía el elogio innecesario de sus ilustres parientes unitarios. Sobra decir que entre Estela Canto y Borges nunca hubo una relación sexual o amorosa, algo que se sumó al fracaso que había tenido el autor con Norah Lange años atrás (Williamson 309-325).

El Aleph, a diferencia de la Divina Comedia, “no es sobre la pérdida del amor como tal; es un lamento por la pérdida de lo que el amor podría haberle ofrecido a Borges” (Williamson 312). Por eso, aunque en la narración existan elementos universales o modelos totalizantes (como la referencia a la Beatriz de Dante o a una mujer de carne y hueso: Estela Canto), siempre hay una fisura que hace que no se trate de una copia de un original. Tal vez el juego de las máscaras que nos propone Girardot aluda a eso, puesto que detrás del modelo siempre hay algo que lo modifica o que lo desvirtúa; siempre hay alguien que tiene mil rostros y que es una cifra de todos los hombres. Acordémonos de que en lo eterno e inmutable, como queda claro en Arte poética, también está presente lo perecedero. De ahí que la imagen que tiene el narrador de Beatriz sí se pueda generalizar, ya que se puede decir que es un reflejo de las experiencias de Borges con las mujeres o una influencia de Dante. Aunque esa imagen general siempre va a estar impregnada de detalles particulares, de aspectos que la literatura transfigura.

En este punto, el filósofo esloveno Slavoj Žižek nos ayuda a dilucidar la relación entre lo general y lo particular, relación que no es para nada armónica ni libre de tensiones, pues uno de los legados de la razón occidental es el maniqueísmo que opone un término al otro. En la introducción a su libro Visión de paralaje, Žižek dice que la “brecha entre lo individual y la dimensión social <<impersonal>> debe inscribirse nuevamente en el individuo en sí: el orden objetivo de la Sustancia social existe solo en la medida en que los individuos la consideren como tal… (Žižek 15). Lo que resulta interesante de este abordaje es que, como infiere el autor con respecto al texto de Kant “¿Qué es el iluminismo?”, lo individual singular aislado participa de la dimensión universal de la esfera pública (Žižek 21). Si hacemos una conexión con El Aleph, se puede decir que la existencia de lo general no niega ni le quita peso a lo individual (lo que no quita que existan ciertas tensiones entre ambas), que es donde se inscribe “la dimensión social”. Por eso en el Aleph, donde el personaje del cuento ve “todos los puntos del universo” (Borges 139), siempre hay una presencia de ese recuerdo de Beatriz que no es aplastado por esa visión de la totalidad de las cosas. Así como no se puede decir que Beatriz Viterbo es una mera copia de la Beatriz de Dante, ya que en la literatura hay una reelaboración de los modelos; un guiño personal a esas estructuras absolutizantes. Es como si detrás de ese afán de nombrar el universo estuviera un ser perecedero, hecho de tiempo y condenado a muerte. Por ese motivo las clasificaciones, aunque parezcan intentos de lograr el orden, solo muestran la inutilidad y la fragilidad de quien se embarga en este propósito. Por lo tanto, no se trata de una reconstrucción racional de los recuerdos, sino una reconstrucción estética que es hecha por un hombre de mil rostros, un Heráclito inconstante, un amante frustrado de muchas mujeres concretas que, aunque transfiguradas por la literatura, están presentes en sus cuentos (Estela Canto, Norah Lange, Wally Zenner, entre muchas otras).



Bibliografía
Borges, Jorge Luis. El Aleph. Buenos Aires: Emecé Editores, 2001.
Gutiérrez Girardot, Rafael. “Borges y la filosofía”. Tradición y ruptura. Bogotá: Random House Mondadori, 2006.
Sarlo, Beatriz. Escritos sobre literatura argentina. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2007.
Yurkievich, Saúl. Fundadores de la nueva poesía latinoamericana. Vallejo, Huidobro, Borges, Neruda, Paz. Barcelona: Barral Editores, 1970.
Williamson, Edwin. Borges, una vida. Buenos Aires: Seix Barral, 2006.
Žižek, Slavoj. Visión de paralaje. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2006.

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*Bogotá, Colombia, 1984. Editor y ensayista. Es profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana y magíster en Literatura y Cultura por el Instituto Caro y Cuervo. Hizo su tesis sobre la plenitud amorosa en La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, la cual va ser publicada por el Instituto Caro y Cuervo a manera de artículo. Ha escrito varias reseñas y ensayos sobre la relación entre literatura y educación en la Revista Cronopio y la Revista Letralia.

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