Abbas Kiarostami, y la cartografía humana de Irán

Por Katherin Julieth Monsalve*

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Aldeas abandonadas donde viven personas que no tienen nada. Se ven niños caminando hacia la escuela, una tienda blanca donde un solo profesor le enseña a una multitud de pequeñas figuras sentadas a su alrededor y viejos que esperan la muerte en las puertas de sus casas. Los jóvenes trabajan en el campo porque nadie se puede quedar ocioso. Cuando llegue el invierno no trabajarán, no habrá mucho qué hacer, entonces se dedicarán a tomar té. Por momentos parece que todos se fueron, que están en la autopista respirando aire contaminado en lugar del aire puro que exhalan los árboles y las montañas, porque “¡No se puede vivir sólo de aire fresco!” También están los que no viven en ningún sitio, a los que la única seña para encontrarlos es: por ahí… detrás de aquel árbol, “no tenemos dirección, nada”. Siempre que se recorren los caminos de ese algún lugar de Irán parece que los interminables zigzags condujeran al mismo árbol solitario.

Esto es lo que vemos a través de la ventana, o del espejo retrovisor de un auto, o cuando entramos a los pueblos donde rodó Abbas Kiarostami sus películas y plasmó su visión de Irán, su país natal. Éstas son excusas para hablar de algo que inquieta el espíritu; las escenas del principio y las que vienen son un país a través de los ojos de un autor: En El sabor de las cerezas (1997) Irán está en guerra con Irak, pero a pesar de eso kurdos y afganos llegan a la capital de Irán para trabajar y enviar dinero a sus familias; los primeros han librado constantes guerras y los segundos venían de la Guerra de Afganistán. Sin perder su narrativa, esta película informa, pero más que eso ahonda en la condición humana de las personas que se van de un territorio en guerra para otro que está en las mismas circunstancias. El protagonista habla con un afgano que vigila una fábrica de cemento:

 —Con la guerra aquí, ¿por qué no vuelven?
 —La guerra contra Irak solo concierne a los iraníes. Pero la guerra en nuestra casa nos concierne.
 — ¿Y nuestra guerra no os concierne?
 —Nos ha traído problemas, pero la guerra en Afganistán fue más dura…más dolorosa para nosotros. 

Kiarostami logra, en una película que se centra en la moral sobre la muerte, mostrarnos que es más fácil estar en otra tierra mientras la tuya está en guerra, porque esa tierra distinta no te duele.

De otro lado, usa las discusiones cotidianas como recursos para evidenciar los problemas estructurales de la sociedad iraní. En A través de los olivos (1994) la script de la película va ensayando la escena con el actor y de repente se encuentra unos bloques de ladrillos que le obstruyen el paso. Le grita a un obrero que necesita pasar; después de hablarle varias veces de forma sosegada y encontrarse con la obstinación de ella, levanta la voz:
 —Venimos de las provincias a esclavizarnos para otros, todo para alimentar a los nuestros. Ella le responde que no es su problema. Y es ahí donde está el mayor problema, no sólo social, sino como especie humana: la indiferencia ante el dolor del otro. 
Al parecer, el campo tenía algo que lo conmovía, por eso no dudó en ir al norte de Irán cuando sucedió el terremoto de 1990, y se quedó en un lugar: la villa de Koker. Salió a los caminos polvorientos a buscar los protagonistas de la vida que aconteció antes, durante y después del terremoto. Pero su relación con ese lugar venía desde antes, cuando grabó ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), una película que guarda una fuerte relación con la tradición oral persa al construir la figura del niño sabio. Volvió para encontrarse con un puñado de personas rehaciendo sus vidas.

La historia de Y la vida continúa (1992), es la búsqueda de los protagonistas de ¿Dónde está la casa de mi amigo? Bajo esa estrategia narrativa tan suya de plasmar múltiples realidades en sus películas, Manuel Martín en su texto La trilogía de Koker, agrega que “el argumento se basa en una historia real, inspirada en su propio viaje, en su propia experiencia, rodada de forma ficticia y relatada por último de manera realista. Existe también un juego de identidades y espejos. Kiarostami opera en varios momentos la cámara, un actor le interpreta: Farhad Kheradmand”.

Él no se olvidó de la historia que le contó Hossein Rezai, ¡quien se casó un día después del terremoto! Pero la historia queda inconclusa. Para terminar de contarla llega la tercera parte, A través de los olivos (1994), de esta serie de películas que recibieron el nombre de La trilogía de Koker. Manuel Martín dijo muy acertadamente en su texto que en esta película ocurre magia, miren por qué:

“Un equipo de rodaje se presenta en Koker para rodar Y la vida continúa. La película narra la historia de amor entre Hossein y la joven que interpreta a su mujer en el rodaje de la película anterior. Volvemos a la misma escena. Hossein, mientras se calza unos zapatos, cuenta al director, interpretado por Frahad, su reciente casamiento. Ahora hay tres directores, en tres momentos concretos de su vida. El Kiarostami (Frahad) que llegó a Koker buscando a los protagonistas de ¿Dónde está la casa de mi amigo?; el Kiarostami que rueda Y la vida continúa, interpretado por un segundo actor, Mohamad Ali Keshavarz, y el propio Kiarostami que rueda a los demás para esta nueva película titulada A través de los olivos. Un increíble acontecimiento cinematográfico. La cámara del director nos cuenta la realidad oculta de Houssein, su historia de amor, que tuvo lugar detrás de la cámara del propio director en la película anterior”.
Y… “A través de los olivos salen dos chicos que se acercan a la cámara cargados con unas macetas. Son Babek Ahmed Poor y Ahmed Ahmed Poor, los dos protagonistas de ¿Dónde está la casa de mi amigo?”

En otra de sus películas, El viento nos llevará (1999), el protagonista se sorprende cuando una señora le sirve café en un pequeño negocio; la mujer le responde:

— ¿Por qué dice que nunca vio eso? Todas las mujeres sirven. Ellas tienen tres oficios: de día, trabajan. Al anochecer sirven, y por la noche, trabajan.
La escena continúa su cauce hasta que una nueva discusión estalla, en esta oportunidad es la mujer con uno de los clientes.
 —Mi té lo relaja a usted, ¿quién cuida de mí?
 —Soy quien está exhausto. Estuve recogiendo la cosecha, segando con el sol ardiendo. Su trabajo no es todo, usted se debe acordar del primer día que le sirvió té a su marido, lo disfrutó y él también. ¿Servirle té a su marido ahora se volvió trabajo?
 —Da igual hacer té o servir. Es un trabajo.
 —¿Los hombres no tienen un tercer trabajo? ¿Solo las mujeres? Si no hacemos el tercer trabajo perdemos la honra, pesa como una montaña. Es un trabajo muy difícil. 

En esta escena chocan las imposiciones contra las mujeres, pero también contra los hombres… el peso de la tradición. De esta forma Kiarostami se adentra en la comprensión de las tradiciones y cultura iraníes, que se complementa con otras conversaciones para darnos un cuadro completo, como es el caso de las palabras que le dice el mismo protagonista al niño que lo guía:

—No se debe responder antes de que te pregunten.
 —Sí, me enseñaron eso. 

Desnuda una sociedad fundada sobre Alá, la moral y la función predeterminada de cada uno de sus miembros, cuyo cimiento principal es el miedo. Y esto se termina de probar con la pregunta que le hacen al niño en un examen escolar: ¿qué le pasa a los buenos y a los malos el día del juicio final? Kiarostami reúne la idiosincrasia, los miedos, agüeros, experiencias de vida, normas de conducta y el contraste de miradas de todos estos personajes para formar una visión de Irán.

 —¿Bonito? No hay nada excepto tierra y polvo.
 —¿No crees que la tierra es hermosa? ¡La tierra nos da todas las cosas buenas!
—Pues sí, aunque todas las cosas buenas vuelven luego otra vez a la tierra. Y como espectadores nos preguntamos: ¿Somos lo bueno que viene de la tierra y vuelve a ella? 

 Kiarostami, ¿el contradictor de las costumbres? 


A través de los olivos

Hace un buen tiempo estuve en la presentación del tercer corte de los documentales del pregrado de Comunicación Audiovisual y Multimedial de la Universidad de Antioquia, y una de las docentes que revisaba los trabajos manifestó que le temía a la palabra en el cine; supongo que es porque el cine es el lenguaje de la acción, del movimiento. En ese momento tenía las películas de Abbas Kiarostami en la cabeza e inevitablemente pensé: él no le temía a la palabra, no cayó en la tentación de ilustrar el pasado para que un testimonio no fuera tan pesado, no intentó llevarnos a otros lugares y personajes para refrescar.

En la vida ocurren cosas sin sentido, momentos triviales, o en los cuales no pasa nada. Hay sucesos que no se desprenden narrativamente del anterior ni conducen al siguiente. Dedicamos mucho tiempo a pequeñeces que terminan por explicar quiénes somos; nos constituimos como seres contradictorios, ambiguos; las etapas de la vida no finalizan con un THE END; desconocemos nuestro destino. El cine de Kiarostami es así: escucha con paciencia la historia del otro, permite silencios, espacios de tiempo que ayudan a tomar el aliento necesario para retomar el hilo del relato, pausas para ahuyentar las lágrimas.

Plantea las contradicciones en el contenido y también en la forma. Él tuvo por costumbre mostrar apartes del rodaje en las películas, era como si manejara varias dimensiones de la realidad; un ejemplo es A través de los olivos: un actor que actuará de director nos introduce a la historia, voltea y se dirige a una multitud de niñas con trajes negros largos, en medio de ellas asume el rol de director, el que nos conducirá a la ficción de la película; sin embargo, la realidad en la que viven los personajes que hacen el casting o trabajan en el equipo de producción sigue estando presente, hasta volverse la verdadera película.

Cuando se presta esa atención a las contradicciones y planteamientos de los personajes de las películas, sólo podemos llegar a la comprensión; Kiarostami logra dicha comprensión confrontando constantemente las costumbres y creencias: usa personajes desconocidos para la comunidad en un rol similar al de un periodista. El protagonista de A través de los olivos le dice al director que no le gusta como esposa la niña que le acaba de mostrar, plantea que:
—Si mi esposa es analfabeta, como yo, ¿quién ayudará a los niños a hacer los deberes?
 El director le contesta:
—No la quieres porque es analfabeta. Pero Tahereh no te quiere a ti por la misma razón. ¿Por qué te molesta entonces? 

Estas películas están llenas de preguntas de este tipo, de las que obligan al silencio porque desacomodan la pirámide de las ideas y las concepciones sobre lo que debe ser la vida. Así es como llega a los conceptos más profundos de la cultura iraní, los que parecen no tener lugar a refutación; los derrumba, los vuelve erigir o los deja suspendidos…

El protagonista de El sabor de las cerezas, en su búsqueda de alguien que sea testigo de su último momento de vida, que lo devuelva a la tierra, dice:
“Pero llega un momento en que un hombre ya no puede continuar. Está exhausto y no puede esperar a que dios actúe. Así que decide actuar por sí mismo. Entonces, esto es lo que se conoce como suicidio. Es una palabra en el diccionario. El hombre la aplica. He decidido liberarme de esta vida (…) El suicidio es un pecado capital. Pero ser infeliz es también un gran pecado. Cuando no eres feliz dañas a otras personas. Hacer daño a la gente cercana a ti también es un gran pecado”. 
En este punto pareciera que todo está dicho, que lo único que busca Kiarostami es decir lo opuesto a lo que dicta el Corán y las ideologías locales; pero luego aparece la respuesta de otro posible sepulturero: “Si todos actuáramos así ante los problemas de la vida no quedaría nadie en la tierra”. Y con esta frase la película nos lleva a lo incierto. Nunca conocemos la verdadera decisión del protagonista, como tampoco nos cuenta el porqué, “no te ayudaría saberlo y yo no puedo hablar de ello. No puedes sentir lo que yo siento. Mostrar compasión. ¿Pero sentir mi dolor? No”. Es un hombre corriente, de esos que se llevan ocultas tantas cosas sobre sí mismos, alejado de las narrativas hollywoodenses donde los personajes nos explican cada aspecto de su comportamiento.

De ese modo estructuró personajes complejos, como esos preguntones cuyo pasado nunca conocemos: un hombre que viaja en un carro buscando alguien que lo acompañe en la tristeza y soledad de su suicidio, un director de cine que prende la llama de una historia que supera la que intenta rodar, un ingeniero cuya labor en un pueblo de Teherán nunca comprendemos por completo; pero a través de ellos conocemos el pasado de otros.

Kiarostami, el filósofo 


El viento nos llevará

El cine de Kiarostami no nos da casi porqués, más bien nos deja una cantidad alarmante de signos de interrogación frente a lo que se nos ha enseñado sobre la vida, la muerte y todo lo que acontece en ellas, está siempre presente: ¿qué son? No sabemos si está a favor o en contra de las tradiciones, sólo tenemos sospechas, pues las cuestiona desde las conversaciones más simples y cotidianas. En cambio sí nos dice qués: ¿Qué implica ser un buen hermano? ¿Qué es un pecado? ¿A qué se renuncia con la voluntad de la muerte? ¿Una mujer que sirve té está trabajando? ¿Has perdido la esperanza? ¿Tú quieres apresurarte en ir allí (el lugar de los muertos)?

Kiarostami es un autor porque tiene una filosofía determinada por la sabiduría del pueblo, porque entendió que los postulados filosóficos y la poesía surgen allí. Estas son algunas de los planteamientos en sus películas: Durante uno de los diálogos que se sostiene en la película de ficción que se rueda en A través de los olivos, el protagonista habla del terremoto que arrasó y desplazó gran parte de la población, y añade una frase donde se resume gran parte de la cultura iraní (la conciencia del paso del tiempo, la cercanía de la muerte y la importancia de la familia): “Mientras vivamos debemos tener familia, puede que el próximo terremoto nos mate”. Otra conversación esporádica entre el director y un actor lanza una frase certera: “esta pobre gente sabía que el universo es cruel y la vida corta”.

El viento nos llevará habla de la peor tragedia de la existencia: “la vejez es una enfermedad terrible. La muerte es peor… no volverás a abrir los ojos a la naturaleza y misericordia de Dios”. Lo que conecta muy bien con El sabor de las cerezas, cuando se refiere a esa primera concepción del hombre como ser que viene de la tierra y regresa a ella: “Solo finge que estás cultivando la tierra. Que yo soy el abono que debe esparcirse al pie de un árbol”. Para conducirnos a el desarrollo natural de la vida humana: “La vida es como un tren que camina hacia adelante hasta que alcanza el final de su recorrido, el fin. Y la muerte espera en el fin”.

Dónde está la casa de mi amigo, es quizá la película más parecida a la vida que tiene Kiarostami: el conflicto surge de forma natural y constantemente se incrementa. El niño enfrenta la situación con el miedo zumbando en el oído; se le presentan obstáculos en el camino, debe parar a preguntar, ayudar a otros, muchas opciones para elegir, desviarse del camino para recibir indicaciones necesarias que lo ayuden a llegar al lugar indicado; encontrar la sabiduría en las personas menos sospechadas: “las puertas de hierro duran toda la vida, pero yo no sé cuánto tiempo dura la vida”.

Hice todo este viaje a través de los caminos polvorientos de Irán; caminos sinuosos manchados con algunos árboles a los costados para comprender que lo que hace a Kiarostami un autor es su filosofía; que no es otra que la de los obreros, los que no pertenecían a ninguna parte, los que no consideraban Irán su tierra, los niños obligados a callar mientras los mayores se imponen, las mujeres analfabetas y las estudiantes, los desconocidos que llegaban a escarbar en los puntos más sensibles de las costumbres; en ellos y ellas siempre había posiciones frente a la vida, rebeldías, poesía; por eso podían dar una dirección así: “Al lado de un árbol… una calle con sombra más verde que los sueños de Dios”.

Kiarostami dialogó con la reflexividad de ellos, por eso pudo poner en el guion de A través de los olivos esto: “Pensé que el lamento de mi corazón era lo que había destruido las casas, ¿cómo me iba a comprar una casa después de eso? Además como me dolía, quería aligerar mi pena con ella: ahora que nadie tiene casa. Estamos aquí todos a igual nivel. ¿Qué responde a mi propuesta de matrimonio? Me dieron una respuesta que aún hoy me quema el corazón. (…) Desde que tenía 11 años he trabajado en las casas de los demás. ¡Y sin casa no hay mujer!”. Tuvo estrategias narrativas en las que se escuchaban la vida y las dificultades de otros. Encontró personajes en el camino que dejaron algo de ellos y se fueron. Con todo esto logró formar un mapa humano y rural de Irán.


*Katherin Julieth Monsalve
Estudia Periodismo en la Universidad de Antioquia.
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Imágenes:
Fotogramas de la cinematografía de Abbas Kiarostami
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Nueva Ola del Cine Iraní, Jake Hurwitz

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