Saber y ganar


Mariana Serrano Zalamea*

Saber y ganar, la segunda novela del joven escritor Juan José Ferro (Bogotá, 1988), focaliza la narración en una mujer anciana, y desde allí construye el relato. La memoria de ese personaje femenino, del que nunca conocemos el nombre, es el tejido argumental. Desde una voz que intuyo cavernosa, nos dice a los lectores: “No guardo fotos. Recuerdo cómo sueño, con intensidad pero sin respetar del todo la lógica. Despierto confusa de participar en esas historias más tensas que verdaderamente tristes en las que ocupo papeles muy menores. Cuando sueño mucho amanezco con dolor en el cuello…” (61). 

Participa esta anciana en su vida, pero un poco tangencialmente. No conocemos nunca su nombre y, desde ese anonimato, nos cuenta una vida que pasa por un matrimonio convencional y rutinizado, unos hijos con vidas normatizadas, la relación con las muchachas del servicio, la cotidianidad gastada en dos espacios y tiempos: uno provinciano, durante su matrimonio y crianza de los hijos y, uno actual en la ciudad de Bogotá, donde vive su viudez y agota días parecidos los unos a los otros, en un entorno urbano hostil y predecible. Entrevera otro subtexto construido a partir del concurso televisivo español que le da el título a la novela: “Saber y ganar”, y de otro programa internacional pero desde su versión criolla: “Quiero ser millonario”, que pueblan sus horas de una semi-ceguera y de “encierro” voluntario en una casa habitada por ella y su empleada de turno.  El concurso le pone algo de aliños a la vida de la protagonista: siempre lo ve en compañía de la empleada y se sabe al pie de la letra todas las secciones del concurso, los participantes, los gestos y las mañas del animador.

Pese a ser dos novelas muy distintas, hay una serie de contigüidades con la primera de Juan J. Ferro, El efecto Bilbao, publicada también por Destiempo hace dos años: títulos que no dan muchas pistas de entrada, una narración escueta, personajes desprovistos de emociones y que asisten a sus vidas como espectadores que no tienen demasiada injerencia en ellas, es decir como ajenos a sí mismos, sentencias irónicas sobre la existencia. Y así como la pareja de amantes protagonistas de El efecto Bilbao tienen una relación que más parece un trámite de encuentros que un romance tórrido, la anciana de Saber y ganar cuenta una vida convencional, casi sin dejarse tocar por eventos como su viudez, los cambios de ciudad, las nuevas muchachas que le sirven y la acompañan, los destinos de su hija e hijos. Ojo, los nietos no aparecen por ningún lado. El silencio en torno de su rol de abuela es muy diciente: el personaje rompe con el estereotipo del destino manifiesto de las abuelas abnegadas y entregadas a los vástagos de sus hijos.

Y, por ende, hace pedazos el imaginario gastado hasta el cansancio de ser una anciana “tierna”, empática y tradicional. Al contrario, por momentos es antipática, poco cariñosa y parece estar un poco cansada del libreto preconcebido que le tocó por vida. “El mundo ha ido ganando nitidez a la misma velocidad que muere el único vivo de mis ojos” (33); esa tiniebla de una visión a medias pareciera dotarla de una lucidez escéptica para describir sin adornos su vida, un tópico recurrente en la tradición literaria pero que ahora Ferro resignifica desde una mujer que se abstrae de su “abuelazgo”. “Soy mala para mentir pero aprendí, tarde, a callar a tiempo” (42): este tipo de frases sin ambages denotan la autoironía del personaje que, en algunos fragmentos de la novela, estaría dotada de una excesiva racionalidad.

Aparece un relato paralelo a partir del “cambiazo” de una tarjeta de crédito del que es víctima la protagonista en un centro comercial. Allí es donde vemos una cierta emocionalidad más a flor de piel. Ella, refiriéndose a quienes la robaron dice: “y usted que además de deshonesto es un idiota, un puto eunuco que se gana la vida con algo que una máquina ya sabe hacer y ni siquiera tiene los cojones de robarle a un hombre…” (50). Esta anécdota refiere la hostilidad de la ciudad y el desamparo de una mujer vieja. A partir de allí, este autor resuelve varios asuntos que dan pistas sobre un contexto adverso y poco amable, y de una visión de la vida para nada ingenua del personaje central. 

Es una novela que a mí, como lectora, me abre la pregunta sobre los destinos de la mayoría de mujeres nacidas en las primeras décadas del siglo XX, y que parecen no poder escapar de unas vidas formateadas de antemano en donde la sujeción al matrimonio y a los hijos sería el único recorrido inefable. 

Y, además, con el trasfondo de una sociedad marcada por las relaciones de clase, en donde las muchachas del servicio se vuelven apéndices de las familias acomodadas y la presencia de ellas y luego sus despedidas, son uno de los hitos centrales que marcan la biografía del personaje central: “María era una maga para preparar alimentos que conocía desde antes de entrar a nuestra casa. Frutos que había aprendido a halar de los árboles o a arrancarle al suelo en el terreno lleno de maleza en donde se arracimaban su madre, los hermanos encargados de cuidarla, y niños de padres desconocidos y madres accidentales” (52). Con estas descripciones de los personajes aledaños a la protagonista, Ferro refiere un contexto que sólo entresacamos a partir de la perspectiva y la mirada de ella, la mujer anciana, en una narración enunciada en primera persona pero desde un estilo indirecto libre. 

La maternidad a toda prueba es otro asunto que se pone en entredicho. Nuestra anciana mira con distancia a sus hijos y los “juzga” con ironía y sin piedad: “En pocas ocasiones sonríe Juan como cuando explica que su oficio no es el coaching empresarial sino el coaching ontológico. Después entrega dos de sus tarjetas ribeteadas y bilingües” (56). Hay otros pasajes de la novela que evidencian esta mirada desapegada de nuestra vieja.

Quiero cerrar este abrebocas, e invitarlos a leer a este escritor bogotano que forma parte de un nuevo aire que empieza a refrescar las páginas de nuestra narrativa como una apuesta decidida de las editoriales independientes en Colombia. 

*Profesora de la cátedra de Periodismo y literatura en la Universidad Javeriana, investigadora independiente sobre literatura latinoamericana y traductora académica de portugués e inglés.


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