Conocí a Llaima Sanfiorenzo mientras estudiábamos Realización Documental en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. Compartimos 3 años en la misma aula por lo cual pude ver como se iba forjando su idea de un cine participativo, en el cual el realizador es solo un mediador o un catalizador entre unas personas y la cámara. Yo creo, en todo caso, que cuando Llaima llegó a la escuela ya esa semilla estaba sembrada y en Cuba solo se germinó.
Uso la metáfora de la siembra para definir el trabajo de La Fábrica de Autorretratos Documentales porque pienso que lo que La Fábrica ha logrado, casi sin querer o ser muy consciente, ha sido sembrar el gusanito del cine en los ojos, los oídos y el cuerpo de algunas personas regadas por el mundo.
Han pasado casi 5 años desde que Llaima hizo la primera serie de autorretratos y uno a uno los participantes del taller nos han dejado tremendas enseñanzas. Historias de niños que aprenden a pescar o a bailar en frente de la cámara, jóvenes cuyo género es tan inefable como el de las películas que producen dentro del taller, inmigrantes que cogen la cámara para denunciar que se están muriendo de frío en un parque en Berlín o que se han enamorado, aunque sea en la ficción, de una alemana bien educada; mujeres que sobreviven el mundo machista en el que viven y se descolonizan aunque sea en una película.
¿Qué sigue? ¿Para dónde vamos ahora? ¿En qué pondrán los ojos los siguientes participantes y, en consecuencia, hacia dónde nos harán mirar?
La Revista Corónica tiene el gusto de presentar la película de tesis de Llaima Is a Very Beautiful Moon, un viaje de descubrimiento al Sahara que destapó una caja de pandora. Cuatro preguntas a Llaima que nos ayuden a navegar por sus imágenes. Esto fue lo que respondió:
Juan Soto*: ¿Qué se celebró en 2015 en el Sahara Occidental?
Llaima Sanfiorenzo: El año pasado 2015 se cumplieron 40 años de la Ocupación del Sáhara Occidental, mientras lluvias torrenciales desintegraban las casas de arena que pueblan los campamentos Saharauis en medio del Desierto Argelino. La historia es larga y tendida, desde la famosa Marcha Verde donde en son de paz los Saharauis se adentraron al desierto esperando que se tomara una desición que acabara con la ocupación de su país de parte del gobierno Marroquí. Incluso algunas familias se separaron, otros dejaron el televisor prendido, los niños en la escuela y enviaron recado de que regresarían en dos semanas. De las cuales hoy se completan 40 años. Viven en medio del desiero que, como lo describió Edueardo Galeano, es “la nada rodeada de nada”. Cuando viajé a los campamentos por primera vez fue en 2010 y por segunda vez en 2012.
J.S.. Yo tengo la sensación de que esa película, de manera casi minimalista y con muy pocos recursos, logra dibujar un mapa / geografía / paisaje: con viento, con dunas, con arena que se mete en los ojos y con noches despejadas que se parecen al amor; y también con un machismo recalcitrante, una feminidad reprimida, una historia cercenada, borrada por una tormenta de arena. ¿Cómo llegaste a esa estructura, cuando supiste que ese era el final de la película?
Ll. S. Antes de partir hacia Argelia, ya había comenzado a recrear dunas y desiertos en el estudio de la Escuela de Cine en Cuba. Con telas y luces había logrado algo parecido a lo que yo imagina que eran las dunas. Entonces ya llevaba unas imágenes del espacio que quería fotografiar y que quería sentir. El viento era lo que me faltaba, algunas veces tan duro que la arena quemaba punzante sobre la piel. En Cuba también intuí la calma entre el desierto y la bóveda celeste, pero nunca había visto la bóveda tocando mis tobillos sentada en la arena. Había estrellas desde el suelo hasta el otro suelo, mientras en la noche los Camellos cantan, o lloran según lo entiendas. Entonces poco a poco fuimos construyendo entre la historia del pueblo y el ecosistema un paralelo entre la calma y la furia. Es un pueblo en lucha constante y esto no quería que quedara fuera del documental, sin embargo ellos moderan su furia en rezos y lecturas. Estan calmados y seguros que la lucha que han llevado éstos 40 años ha sido una fructífera. Donde han logrado establecerse como país, tienen su sistema educativo, sus hospitales, centros comunales y culturales, sus mercados y se mantienen activos en las políticas internacionales. Conocer la calidad humana del Pueblo Saharaui fue una lección de vida. Ver que hay un pueblo que vive y se desarrolla pensando en el futuro, que se educa y educa a sus hijos e hijas para un futuro cercano. Recuerdo en una de las entrevistas (que no quedó en este documental, pero quizás en otro) Un sastre en el mercado al saber que veníamos de Cuba, nos mandó a llamar y pidió hablar a la cámara. Quiso enviar un mensaje dando las gracias por haber recibido a los Saharauis jóvenes (Cuba recibe 800 al año para estudios) y los habían educado y convertido en ingenieros, maestros y doctores para que regresaran a educar y edificar su país en el desierto. Siempre recordaré el sentimiento de éste hombre y cómo para mí la palabra solidaridad en este instante recobró todo su significado. Muchos Saharauis que han ido a Cuba y regresado, son profesioanles y hablan español, en su mayoría hombres. Las mujeres muy pocas salen de los campamentos a tomar cursos, algunas van a Libia donde puedan mantener su “melfa” que marca su religión.
J.S. ¿Que piensas al ver esta película 6 años después? ¿Cómo crees que ese viaje marcó tu camino?
Ll. S. La vida del documentalista tiene como premio único el poder caminar por muchos suelos, escuchar diferentes idiomas, voces, músicas e historias. Es de por sí la batería para continuar con nuestra ardua carrera. Sin embargo haber caminado en el Desierto significó mucho más que una mera experiencia. Cuando estás ahí luchando contra el viento para caminar, tapándote los ojos, cuidándo la cámara fabricando cualquier tipo de ropajes y cubiertas improvisadas para intentar grabar lo que estás viviendo, es una vivencia que se impregna en tí en forma de calma y agradecimiento. En esta fascinante cultura tienen una forma de ver a los visitantes. Te dicen que eres visita los primeros 3 días, luego tienes que preparar comida, lavar los pisos, los trastos e ir a recoger tu agua en el camión. Muchas veces salí temprano con mi garrafa vacía temprano en la mañana a hacer la fila para recoger agua de la pipa que venía en camión desde Argelia. Aún hacía frío en la mañana, y un gran viento. Los rostros eran inrreconcoibles. Incluso yo era irreconocible, con mi melfa bien puesta, un turbante, medias con sandalias, guantes y gafas. Había que esperar a que abriera la boca para saber que no era de allí. Aprendí varias palabras para saludar y ser bienvenida y cortés, esto a toda cultura le causa gran aprecio y demuestra un gran respeto. Cando regresé a la escuela y recordaba con mis profesores estas vivencias, y el mercado y lavar la ropa en la noche para tenerla a las estrellas, cuando menos polvo el viento levanta, me dijeron: pero ¿por qué no grabaste eso? Ese era el documental! Pues no, la super-vivencia en el Sáhara se tragó mi cámara en su bulto, bien guardada, para que el viento no la dañara. Cuando finalmente salíamos a grabar teníamos una o dos horas posibles, porque ya a las 11 a.m. el calor es tan brutal que hay que regresarse a tomar el té y descansar. Luego nos quedaba el atardecer. El desierto sigue conmigo.
J.S. Impartes un taller que se llama The Self-Portrait Factory (Fábrica de Autorretratos) con el que has puesto cámaras en las manos de gente en muchas partes del mundo para que cuentes sus historias: momentos mínimos de su cotidianidad o de su pasado, que los definen o los interrogan. ¿Qué relación tienen La Fábrica de Auto-retratos y tu película It's a Very Beautiful Moon?
La Fábrica de autorretratos surgió en Cuba, dónde percibí que era necesario hacer un ejercicio de autorretrato antes de hacer cualquier otra obra a modo de limpieza estética y espiritual. Estando en el desierto creo que se suscitó el autorretrato como mecanismo estético, sirviéndose la película de su propia realizadora como provocación al otro. Un día tuve un pensamiento: “Claro, la única manera de dejar que las personas sean sinceras frente a la cámara y además en corto tiempo, es dejar que sean ellas quien cuenten su historias y que lo quieran hacer.” Al regresar a mi país en Puerto Rico, estuve varios días en el campo y escribí el proyecto que hasta el día de hoy continúo haciendo. Dos años más tarde regreso al Desierto a ser la primera profesora de la Escuela de Formación Audiovisual del Sáhara. Entonces impartí el taller de autorretrato durante 3 semanas. En este segundo viaje al que fuí sola, viví condiciones más duras que en el primero. El invierno era tenaz, dormir debajo del colchón tratando de calentarme no funcionaba y las lentejas 4 veces por semana serían nuestra salvación alimenticia. Logre ingresar a la sala de emergencias con descomposición estomacal y reunirme con médicos cubanos que extrañaban su patria. Mis alumnas estuvieron conmigo toda la noche, ayudándome a salir al abierto desierto como baño. Produjimos 17 cortometrajes escritos, dirigidos y actuados por cada alumno, 4 de ellos con subtítulos al español y todos musicalizados. Fue una ardua tarea que solo logramos con una tabla de producción, horarios de dormir y edición de 3 horas por persona, contando que todo esto lo hicimos con una computadora y una cámara. Definitivamente la magia del desierto nos acompañó. Incluso cuando vino la tormenta de arena que nos dejó sin electricidad 2 días, dónde nos dimos cuenta que sin electricidad no hay cine, entonces tomando té y riendo, contamos historias y repasamos los guiones minuciosamente lo que nos dio impulso y seguridad a la hora de salir a grabar.
Con esto los dejo y le doy las gracias a Juan Soto por esta entrevista que me ha hecho regresar al desierto.
Juan Soto Taborda* Es editor y curador de la sección Cine Corónica.