Pedro Arturo Estrada*
La obsesión por el viaje es el leitmotiv
indudable que caracteriza algunas de las más importantes historias de Gustavo
Arango (Medellín, Colombia, 1964). Al modo de los relatos clásicos, desde Las mil y una noches, la Odisea, las aventuras de caballería, El Decamerón,
Los viajes de Gulliver y tantos
otros, casi siempre hay un viajero medio perdido y meditativo errando a lo
largo de varias de sus novelas, crónicas, cuentos y biografías publicadas hasta
hoy. El viaje como búsqueda y conquista de la terra incognita, el viaje como sueño y realización de un destino,
el viaje como ideal y también como huida, alcanza en muchas de estas páginas,
carácter fundamental y diría que epifánico.
Obras como Criatura perdida
(2000), La risa del muerto (Premio
Marcio Veloz Maggiolo, NY, 2003), El país
de los árboles locos (2005), Impromptus
en la Isla (2010) o, Santa María del
Diablo (Mejor novela histórica, Latino Book Award, Ediciones B., 2015),
dejan ver esa obsesión inexplicable, pero siempre determinante. La idea del
viaje como huida, exilio, aventura, experiencia espiritual o curiosidad,
impulsa y estructura en esas páginas la evolución de personajes singulares, empeñados
en alcanzar un sueño, un objetivo en ocasiones huidizo, o en ocasiones
delirante.
En tal sentido el Viajero de Resplandor
(Ediciones B, Bogotá, 2016), es una figura paradigmática. En este caso es el hombre
que emprende al fin la correría largamente imaginada durante décadas, a la isla
que de niño lo enamoró por la belleza de su nombre: Sri Lanka, la antigua Ceilán.
Inspirado en la travesía que en el siglo IV de nuestra era, Fa Hsien, monje
budista realizó desde la China meridional hasta el extremo sureste de la India buscando
ciertos textos antiguos, importantes para su comunidad, e inspirado también en
la vida y las enseñanzas de Sakiamuni, el Buda, cuya parábola vital se da mil
años antes de Fa Hsien, nuestro Viajero realiza entonces un apasionante recorrido
por algunos los sitios que evocan la presencia no sólo del Buda sino la de su
admirado Fa Hsien, cuando este pudo llegar por fin a la isla y vivir ahí dos
años transcribiendo parte de los textos que buscaba.
Del mismo modo, y desde la perspectiva del novelista moderno, la vida y
las andanzas del Buda son vueltas a relatar aquí apelando a las referencias
históricas que en torno a una figura casi mítica sólo permiten echar mano a los
recursos propios de la literatura para devolverle humanidad, cercanía y
frescura. Son tres líneas narrativas las que se entrecruzan perfectamente en la
novela, sin estorbarse, y, por el contrario, complementándose, enriqueciéndose
mutuamente. La parábola vital del Buda, la de Fa Hsien y la del Viajero,
permiten al lector realizar a su vez un viaje interior intenso y sin duda
maravilloso.
Estos tres viandantes del tiempo parecen coincidir en una misma sed de
comprensión del mundo y de la vida sobre un territorio que, pese a las guerras,
la pobreza ancestral y toda clase de dificultades, permanece inmutable en su
belleza legendaria, en las costumbres y maneras de ser de sus habitantes, en el
misterio de sus paisajes y los vestigios de dioses, reyes, prodigios y enigmas
que aún guardan sus señales para quien sabe mirar, para quien como el mismo Viajero,
nada allí es casual, y donde toda serendipia hace parte de un designio superior,
un misterio mayor en el que todos estamos inmersos. Así el ascenso a la Montaña
de Adán durante una de las noches siguientes a su llegada constituye para él
una experiencia iniciática. Es aquella montaña uno de los lugares míticos al
que acuden los peregrinos de la isla y los visitantes de todo el mundo. En lo
alto de aquel lugar, a punto de derrumbarse de cansancio, el Viajero percibe
esa maravillosa lucidez casi como una gracia recobrada: “Todos los que allí
esperaban eran como un solo animal impaciente. Vieron la noche desteñirse y los
perfiles montañosos dibujarse desde el azul más oscuro hacia tonos pasteles. El
Sri Pada se elevaba por encima de todas las montañas. El viajero se sentía
liviano y eufórico. Ese borde de sol que quemó su retina, ese fuego supremo que
le iluminó el rostro, parecía proclamar y celebrar el primer día de su vida”.
(p.166)
Resplandor revela, además, un
origen tal vez menos utópico, menos feliz desde el comienzo cuando se nos habla
del “Valle de la muerte”, la ciudad en la que el Viajero nació, pero donde
también, muy temprano, vio morir a su padre, “El vendedor de fantasías” que
alcanza a infundirle desde muy temprano en lo más hondo, la ilusión de otros
mundos, de otras realidades allende los mares, la idea fija de irse también un
día al “País del sueño”. Una fantasía como todas, que años más tarde el Viajero
intentará realizar solo para comprobar que ese sueño no es más que el gran espejismo,
el mismo que sigue atrayendo a miles, a millones. Como Rimbaud, el Viajero
constatará de nuevo que “la vida está en otra parte” y como él, irá a buscarla,
así sea en las antípodas.
Pasajes de belleza notable, tanto como guiños y alusiones intertextuales
son los que encontramos a lo largo de las 330 páginas y 12 capítulos que
componen la obra, que, amén de la calidad de la historia, contribuyen a dejar
en el lector una impresión duradera, sutil, profunda. Los mismos apartes de
diarios, cartas, noticias de otros viajeros a la isla, así como alusiones a la
poesía de San Juan de la Cruz entremezcladas en la narración, hacen parte de
los múltiples recursos que sólo un escritor de gran solvencia puede entregar a
sus lectores, como ese momento en que el Viajero, ya al término de su
peregrinar, parece sumergirse, entregarse finalmente, en ese duermevela entre
lo real y lo poético, al destino que la isla le reservaba, rapto de iluminación
que da remate a su aventura: “El toque delicado de las llamas se extendió con
lentitud por todo el cuerpo. El viajero encendido se mantuvo en la misma
posición y siguió recitando el Sutra delirante. La luz ardió en la noche oscura
de la selva, e iluminó los templos y las ruinas y los ojos y las hojas de los
árboles y las nubes más bajas. Algunos dicen que sus cenizas a veces brillan
emocionadas”. (p. 323)
Una novela largamente madurada, según su autor, fruto de largos años de
apuntes, investigación, lecturas. Plena de referencias históricas no sólo del
budismo, sino también del mundo, del presente, de la época en la que aún reinan
y se agudizan los conflictos, las penurias, los absurdos, las violencias y la
confusión que, en milenios de religión, política, filosofía y ciencia, no hemos
podido superar.
Sin duda alguna Resplandor señala
otro hito grande en la producción siempre ascendente de uno de los escritores
más sólidos hoy y en lo venidero de nuestro país e Hispanoamérica.
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*Poeta colombiano.
Muy buena reseña, invita a leer el libro. Gracias Pedro Arturo Estrada por hablar de este autor que no conozco. Berta Lucía Estrada
ResponderEliminarGracias a ti, apreciada Berta Lucía. Tu lectura atenta y siempre lúcida tanto como tu escritura y tu propia labor de crítica literaria merecen destacarse también, y mucho. Necesitamos conocer y difundir mejor nuestra actual literatura colombiana más allá de las fronteras. Un abrazo.
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