La cultura en la república del Narco

Por Hugo Hernán Aparicio

Referirse a Harold Alvarado Tenorio implica riesgos. Solo considerar dignos de apostillas su obra poética -ensalzada antes por sus enemigos de hoy-, ensayos, glosas, artículos, de incendiaria intención, entrevistas botafuegos, divulgadas en diarios y revistas, en varias de las cuales declara además su opinión favorable hacia el político más odiado entre la por él llamada, “social-bacanería” nacional, expresidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez, o los dos recientes volúmenes con los cuales sacude el comadreo literario nacional, suma al lector y eventual comentarista al réprobo bando de la marginalidad cultural, plegado a los designios de Lucifer. La membrecía en el grupo se afirmará si además de leerlo con avidez, no exenta de asombro y reserva en similares dosis, decidiera manifestarlo de viva voz.

Ocasionales renegados del notablato cultural del país con apellidos de postín como Ponsford, Marianne –las damas adelante-, fundadora y directora durante una década de la revista literaria-cultural del Grupo Semana, o Caballero, Antonio, miembro de un renombrado clan donde sobresalen los extintos Klim (Lucas), tío, Eduardo, padre, escritor, su hermano Luis, pintor, lo saben bien. Ambos, y algún otro plumífero suicida, han osado referirse en años recientes al citado; ella, dedicándole dos páginas de “Arcadia”, hallando en la desmesura de las denuncias del bugueño, “parpadeos de verdad”, evocando a Charles SainteBeuve, en su tiempo detractor de celebridades literarias francesas; aquel, autonombrándose con serias reservas “su último amigo”, al prologarle “Ajuste de Cuentas”, ineludible visión crítica de la poesía colombiana; otros, verbigracia Lucas Ospina -prologuista de “La cultura en la república del narco”-, ensayando cabriolas retóricas para eludir compromisos; todos, condescendiendo un poco, apenas lo justo, para marcar nítidas distancias. No obstante caen aún sobre sus humanidades huevos podridos arrojados por víctimas del dicterio alvaradista. Lo sabe igualmente Ángel Castaño Guzmán. Haber publicado en “El Magazín” de El Espectador un diálogo con HAT, en el cual su entrevistado la emprende como suele hacerlo contra el poeta Juan Manuel Roca Vidales, le valió, entre otras lastimaduras, un roquero maltrato a su apellido y la implícita exigencia –por suerte ignorada- de silenciamiento en sus páginas, incluidos en la iracunda y desaliñada carta de protesta del nieto-sobrino de Luis Vidales dirigida al director del diario. Antes, en su Armenia natal, ya le habían cerrado puertas por osar promover la participación del archirepudiado poeta en eventos locales.

Si alguien juzgara en cambio, contra toda evidencia, deleznable la poesía del jubilado profesor universitario -doctor de la Universidad Complutense de Madrid, viajero orbital, interlocutor ocasional de Borges, de Gabo, con quien igual compartió diálogo y desmadres etílicos, investigador literario, editor de la revista Arquitrave-, malversada su erudición, banal la virulencia desplegada contra quienes detesta, dejada o no de lado la genuina crítica, y lo expresara además con ruido, se expondría sin duda a los dicterios del mismo polémico polemista, a quien muchos quisieran poder degradar de escritor a escribidor. Aun si se intentara la ilusoria objetividad, si se cribara el grano librándolo de la pasilla obviando tomar partido en contra o a favor del individuo, de sus amores e inquinas, de inverosímiles glorias y bajezas conjugadas en tersos párrafos, poemas memorables, o escatológicas juergas, poniendo a salvo su labor literaria, académica e intelectual, uno quedaría al garete, sin salvavidas entre aguas turbias, como asilado oportunista en la ambigüedad.


No hables./ Mira cómo las cosas a tu alrededor se pudren./ Confía sólo en los niños y los animales/ y de los ancianos aprende el miedo de haber vivido demasiado.
A tus contemporáneos pregunta sólo cosas prácticas/ y comparte con ellos tus fracasos, tus enfermedades,/ tus angustias, pero nunca tus éxitos.
De tus hermanos ama el que está lejos/ y teme al que vive cerca.
                                                           Fragmento de “Proverbios”, poema de HAT

No hay remedio; Alvarado Tenorio agita pasiones; quien lo aborda se ve envuelto, forzosamente, en torbellinos. No cabe la indiferencia frente a su amplia obra poética, ensayística, investigativa –incluidos textos de permanente consulta para estudiosos-, ligados desde luego a lo conflictivo de su carácter, especialmente los cientos de páginas dedicadas al juicio ético-estético inclemente de nuestro pobre Parnaso siglo XX, en el primero de los volúmenes citados, donde disecciona el corpus poético nacional, salvando de la guillotina a treinta y ocho aedas –demasiados, en opinión del prologuista-, varios de ellos víctimas de sus diatribas, otros librados del juicio sesgado, del relativo olvido o el anonimato -casos, Claudio de Alas, Carlos Martín, Alberto Rodríguez Cifuentes, Armando Orozco Tovar, Hernán Vargascarreño, Toto Trejos…- y en el segundo, a las perversas relaciones que en Colombia se instituyeron, a partir del Frente Nacional, entre el poder político, entre fenómenos socioeconómicos trasversales a nuestra realidad, y aquello comprendido en general como cultura; en particular, literatura.


…mientras Europa resurgía… y Moscú y Beijin cambiaban de rostro desde sus pasados medievales, Gaitán Durán, que había recorrido y pensado esos nuevos mundos, recaló en París mientras Jean-Paul Sartre y Albert Camus diseminaban el existencialismo por todo el mundo. Allí comprendió que era posible discutir con el otro sin declararlo enemigo, que las contradicciones podrían ser debatidas sin odio ni rencor…

                                                           Ajuste de Cuentas, capítulo Mito

Autor del libro de poemas más notable de la segunda mitad del siglo XX…, Jaramillo Escobar concibió y redactó los cuarenta y cuatro desencantados textos de Los Poemas de la Ofensa (1968) a la manera de los versículos bíblicos, con un tono exuberante, rico y sentencioso, tiznado de ironía y quizás como exorcismo a los cotidianos apocalipsis que vivíamos entre el fango de clericalismos y leguleyadas restauradas por el Frente Nacional, cuando cada mañana cientos de hombres y mujeres campesinas eran acuchillados y mutilados, entregados a sus dolientes con sus sexos en las bocas y los vientres abiertos.
                                               Ajuste de cuentas, capítulo Jaime Jaramillo Escobar
Se destacan en La Cultura en la República del Narco, por su todavía nefasta incidencia, temas múltiples abordados por el autor en el acopio de artículos de prensa contenido en la edición, hechos históricos aún susceptibles de debate: la creación, en el cuatrienio del elefante, del Ministerio de Cultura, en contra de la opinión, entre otros, de García Márquez, los arbitrarios y multimillonarios contratos del mismo ente oficial con editoriales españolas, socias de la élite política nacional, para la dotación de bibliotecas en todo el país, o con fundaciones próximas a los círculos de poder, para actividades inmedibles en cuanto a efectividad, como la promoción de lectura, entre otros. Hace visibles el autor, además de erráticas políticas oficiales en el plano cultural, algunos de los incontables tentáculos del monstruo corrupción oficial en contubernio con particulares y empresas transnacionales. En reportaje de Castaño Guzmán para El Espectador, con ocasión del lanzamiento de su “libro bomba”, acota HAT:

El modelo que salió de la peregrina cabeza de Ramiro Osorio (el Ministerio de Cultura) fue el Reichsmisterium für Volksaufklärung und de José Goebbels y que hoy ha llegado, de la mano de Mariana Garcés y el Secretario de Prensa de Palacio, a convertirse en uno de los más temibles instrumentos de tergiversación de las conciencias en Colombia. La prensa, la radio, la vida intelectual, las artes escénicas y visuales, los libros, las novelas, las películas, la televisión, los conciertos, las orquestas, las bandas municipales, las llamadas bibliotecas, etc., todo es controlado y puesto al servicio de los supremos intereses del traidor a fin de llevarnos a la debacle de manos de las FARC. Yo tengo varios artículos en mi libro donde hago retratos de los comportamientos de la Social Bacanería, la casta a la cual pertenece no solo Juan Manuel Santos y su hermano, sino todo lo que a él le rodea.

Son raras en la nómina literaria nacional semblanzas equiparables. Alguien, aunque demarcando contextos, evocaría a Vargas Vila; quizás al Vallejo despellejador de madres, presidentes, papas, y afines. Afirmaciones o negaciones directas, contundentes, toma de posiciones y cruda expresión de estas, no son habituales en la crítica colombiana. Obra por tradición cierto escrúpulo respecto a la verticalidad en los juicios, imponiéndose el cuidado de los modales, la alusión velada, eufemística, los suavizantes, en el discurso.

Alvarado Tenorio se coloca en las antípodas de la crítica blanda. Invasión abusiva de la privacidad, hiriente agudeza, cinismo, desmesura, descaro –guachada, patanada, diría algún cachaquizado-, en sus juicios, sin parar mientes en el rigor analítico, en las calidades de sus referidos, ni en el destino o efecto de sus dardos emponzoñados, es lo suyo. No obstante, dígase cuanto se quiera, para bien o para mal, ser sujeto de alusión de HAT en el plano literario, aun político, es privilegio no a todos concedido. ¡Cuántos ignorados querrían ser destinatarios de sus agravios y libelos! Serían, sin duda, recibidas como preseas.

“Este personaje, para los que recién llegan, aburrido de que después de más de 40 años de trajinar con la poesía no ha dado pie con bola, aparte de unos plagios descarados de Borges y de Kavafis, se ha propuesto, a través de una revista de poesía sodomita -si la hubiere- que despacha por Internet y que suena como 'Alquetrabe', amargarles el rato con redacciones escatológicas a los escritores que se han destacado…”

Reconocerán los lectores avezados, el tono, melodía y asunto del poeta Jotamario Arbeláez, uno apenas de los numerosos damnificados por las acometidas alvaradotenoriescas, en contraataque, valido de alusiones a preferencias sexuales ajenas y a episodios trajinados años atrás, en los cuales el aquí reseñado ejercitó otra de sus pilatunas: apocrigrafía, me atrevo a nombrarla. A HAT, este dudoso arte le permitió, por ejemplo, lucir la firma de Jorge Luis Borges en el prólogo de su primer poemario, equívoco resuelto por el prologado tras años de timo intelectual, o trenzarse en agria polémica con Héctor Abad Faciolince, por enigmáticos poemas cuya autoría se autoatribuye como reelaboración de temas borgeanos inéditos. Mientras, HAF, luego de prolijas pesquisas, asigna al insigne argentino la real autoría de los versos, entre estos los hallados en un bolsillo del traje de su padre el día de su homicidio en Medellín : El olvido que seremos…

Continúa y cierra Jotamario Arbeláez la dolida selección de improperios de la cosecha de HAT:

“De Héctor Abad, dice que es "... el más ilustre y dolido de los huérfanos, el rey de los sin padre, el único que ha ganado millones con el fusilamiento de su papá, porque nunca aprendió prosodia ni sintaxis pero sufre desazón obsésica ante los que hablan con una zeta en la punta de la lengua, y quien, sin duda, está arruinando El Espectador, hoy al servicio de una cuadrilla de ineptos vividores...". De William Ospina: "Legiones de señoras ya abandonadas por sus maridos y odiadas por sus hijas, cientos de señores con las potencias mermadas, nubes de intrigantes y aspirantes a serlo inundan las salas donde Ospina aparece como un vaquero tolimense, con su inmensa cola de caballo, femenil su silueta y esa ausencia de sonrisa o frescura que proporciona la gloria inmerecida y consciente". De Piedad Bonnett: "Un personaje cómico, una señora culifruncida que se las tira de gran poeta con unos poemitas güevones". De Fernando Rendón, director del Festival de Poesía de Medellín: "Le clavé 14 páginas diciendo que él es un vividor que trae un montón de indígenas que él se fornica, y ¡cobra por eso!".”

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