Manuel Puig, por Harold Alvarado Tenorio


Por Harold Alvarado Tenorio


“Ese argentino que escribe como Corín Tellado” Mario Vargas Llosa

La traición de Rita Hayworth  (1968), la primera de las novelas de Manuel Puig (General Villegas, 1932-1990) examina el estrecho mundo de un grupo de seres alienados que encuentran alivio a sus males viendo, compulsivamente, películas y telenovelas. Fue considerada como un ataque a las convenciones de la novela realista y un acto desmitificador de los convencionalismos familiares. Los hechos ocurren en un pueblo de provincia, retratando la vida cotidiana de una familia, sus amigos y relacionados, en los años treinta y cuarenta. Lo que une a estas personas, más allá del amor que se tienen los unos a los otros, es su horizonte mental. Todos están alienados. Y se evaden de la realidad con el cine, los libros de moda y el sexo. Todos tienen las mismas obsesiones, son incapaces de aceptar su mediocridad. Puig hace un negro retrato de ellos con humor y fantasía. No narra, sus personajes dialogan, monologan, escriben cartas, llevan diarios. Hasta cierto punto la novela es un thrillerporque solo al final se conocen los hilos de la trama para entender la crónica familiar. El resultado es una especie de narración sicoanalítica de los tabús, fobias, comportamientos obsesivos y neuróticos del grupo. El principal motivo literario son las frustraciones sexuales que destruyen tanto al individuo como el todo social. La mayor parte de la novela ocurre en los años de ascenso al poder de Perón, así no haya, de manera directa o explícita una intención política de parte del autor, pero la novela está inscrita en un contexto donde se proyectan los prejuicios, los sentimientos y los sueños de los protagonistas. A otro nivel La traición de Rita Hayworth es un registro de la lengua oral que usan los personajes para fantasear con los filmes, pero también para referirse a la vida cotidiana. Los protagonistas de las novelas de Puig hablan con clisés y actúan imitando los gestos y comportamientos que ven en las películas.

Nacido en un pueblo de la provincia argentina donde pasó su niñez y estudió la primaria, desde muy joven Manuel Puig. alias Coco, decidió estudiar inglés, francés, italiano y hasta alemán, “lenguas del cinematógrafo” para entender mejor las películas que vería en el porvenir y todas las tardes de ahora en compañía de su madre, al tiempo que se fue interesando en escritores como Gide, Hesse, Huxley y Sartre. En 1950 se inscribió en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires pero al poco tiempo pasó a Filosofía y Letras. Cinco años más tarde recibió una beca para estudiar cine en Italia, pero prefirió ir a París y a Londres donde trabajó dando clases de español e italiano. Por estos años comenzó a escribir guiones cinematográficos y en 1959 fue a Estocolmo, donde trabajó en un restaurante junto a una pandilla de actores sin trabajo. Un año más tarde estaba de vuelta en Argentina, vinculado como asistente de un director. Luego de unos meses decidió ir a New York y allí consiguió un empleo en Air France. Desde 1962 había estado escribiendo una novela que concluyó en 1965 pero no fue publicada por problemas de censura e incomprensión por parte de los editores. Puig consideró esos años y los de su niñez como los mejores de su vida. En los últimos años vivió en Río de Janeiro, haciendo constantes viajes a New York y Londres.

Boquitas pintadas (1969) es una parodia de los folletines a la manera de El conde de Montecristo, de Dumas, o Los misterios de Paris, de Sue. Esta vez usa de cartas íntimas, meditaciones, diálogos, confesiones religiosas, oraciones, descripciones y episodios para crear los perfiles de sus protagonistas. Sin embargo, el principal interés del libro reside en los clisés que usan los protagonistas para hablar, discursos canónicos de una clase media que usa eufemismos para todo aquello que considere tabú o innombrable. La tuberculosis, por ejemplo, es «aquella enfermedad altamente contagiosa», la sexualidad es reducida a silencios, y en general el lenguaje se hace símbolos que representan apenas aquello que ideológicamente es permisible. Si alguien traspasa las normas es castigado. Boquitas pintadas pretende ser una especie de épica por la cantidad de acontecimientos, personajes e incidentes que integra, sin hacer concesiones al sentimentalismo barato, ni al actual folletín ni la telenovela. La historia es altamente verosímil tanto en sus circunstancias como personajes, con un narrador que se limita a describir esos actos y a transcribir conversaciones o copiar cartas, dejando que el lector participe activamente en la historia y haga su propio juicio sobre los personajes.

Con Buenos Aires Affair (1973) Puig volvió a utilizar una forma literaria muy ligada al subconsciente colectivo. El subtítulo es: Novela policial, pero aun cuando haya tres cadáveres, un secuestro, una violación y una investigación policiva de los sucesos, es además un estudio sicoanalítico de dos de sus personajes centrales, y una parodia de su modo de vida. De nuevo, a nivel lingüístico, Puig se muestra un maestro de estilo. Cada capítulo lleva un epígrafe de un film de Hollywood en los treinta o cuarenta donde la actriz protagonista, siempre un símbolo sexual, repite frases clisé que resumen el capítulo. Está «narrada» a través de diferentes técnicas y estilos paródicos: descripciones visuales, entrevistas ficticias, fragmentos periodísticos, monologo interior, notas al pie de página, diálogos con un interlocutor mudo, un informe policial, etc.

La relación oscura y enfermiza entre Leo Druscovich, crítico de arte y la artista de vanguardia Gladys Donofrío está marcada por frustraciones sexuales y miedos donde los sentimientos, alucinaciones y sensaciones confunden la realidad haciendo más difícil una investigación policial que donde las llamadas anónimas tiene un solo interlocutor y se nutre de fragmentos de diarios en las páginas de política, policía y cultura todo atado por una suerte de tejido sicoanalítico que crea una trama sin descanso.

El beso de la mujer araña (1976) dio a Puig fama continental y europea. Sus técnicas narrativas habían llegado a un punto de concentración a varios niveles: el drama está polarizado entre dos protagonistas masculinos, un homosexual y un guerrillero; los hechos ocurren en una pequeña celda compartida por ambos y allí se desenvuelve la historia. El tiempo de la novela es lineal y la narración se alcanza a través de varios niveles o voces, desde los diálogos de los protagonistas, los informes de la policía, pensamientos, notas al pie de página y los argumentos de las películas que Molina cuenta a Valentín o con las cuales sueña despierto.

Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980) fue escrita originalmente en inglés. Otra vez dos personajes masculinos tratan de comprenderse y sobrellevar un destino que los une momentáneamente.Sangre de amor correspondido (1982) sucede en un desolado y pobre pueblo brasileño que resucita en su esplendor a medida que el narrador recupera la juventud de los protagonistas. No se trata ahora de una historia de amor sino, más bien, de un juego de máscaras, trasfiguraciones y metáforas que permiten correr el velo de los recuerdos y la conciencia de los adultos. La última de sus novelas fue Cae la noche tropical (1988), donde narra la vida de dos ancianas argentinas que viven en Río de Janeiro. Ya no hay cines donde ir, sólo la televisión y los videos. De nuevo, la mentira y la hipocresía son la gran máscara del tejido social.

Es posible que las «novelas» de Puig, tan celebradas ayer, en un futuro nada lejano lleguen a ser consideradas mejor como piezas de arqueología social que obras de arte. Todas quitan el polvo de las costumbres para mostrar, ante el lector-arqueólogo, el rostro del porqué de los actos del presente de sus protagonistas. Leídas como las fue componiendo Puig a través de sus viajes y diversas residencias sobre la tierra, bien puede levantarse un archivo de las variantes sociales y sexuales de diversas parejas de hombres-hembras en la provincia argentina de los años de entreguerras; en el New York del hipismo; la Argentina de las dictaduras posteriores a Perón o los viejos libertinos de Brasil de finales de siglo. Y si no fuesen arqueología social, también pueden ser «historia de las mentalidades», retratos caricaturizados por el alejamiento brechtiano, tan bien entendido por los especialistas en la hipócrita moral francesa de todos los tiempos. No siempre el valor para criticar la vida social resulta literatura.

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